A raíz del fallecimiento de Fidel Castro hemos sido testigos de cómo muchas personas en nuestro país opinan sobre la "realidad" del proceso y modelo cubano, con ignorancias monumentales o al menos con tendencias que les hacen perder objetividad mínima. El doble estándar es evidente cuando se condena y odia un régimen por sus excesos, pero se acalla y hasta se justifica a otros por excesos similares.
Personalmente creo que Castro es un ícono revolucionario mundial, quien, debemos reconocer, en sus primeros años luchó jugándose el pellejo sin miedo y con riesgo real de perder su vida; además siguió adelante con ideales sublimes pero que con el correr de los años parece, abandonó. Prueba de ello es la situación actual de una Cuba que luego de cinco décadas sigue sumida en un régimen totalitario, con privaciones de libertades mínimas y sufriendo no sólo de un bloqueo de la mayor potencia imperial de los últimos dos siglos, sino además de decisiones internas que han afectado la vida de toda la población isleña.
Hace más de diez años que continuamente estoy visitando la isla, recorriendo pueblos y ciudades de un extremo a otro y relacionándome con gente común y corriente. Por cierto jamás he ido como turista ni ligado a partido político o tendencia ideológica alguna.
Puedo asegurar que pese a todo Cuba no es un infierno ni un paraíso. La gente es solidaria de manera continua - no como en Chile que se evidencia sólo en momentos - y les admiro por que con nada resuelven todo. La pobreza generalizada es realidad, como lo es la profunda ideologización política.
Pero también puedo asegurar que no todos los aspectos negativos se deben al bloqueo, así como tampoco creo que un desbloqueo cambiaría situaciones cotidianas. Empero, no tengo derecho a pensar que todo sea mejor en mi país, pues muchas cuestiones acá también parten el alma.
Es penoso ver cómo organismos internacionales alaban un modelo que no logra elevar la calidad y dignidad de vida de sus habitantes, sólo para justificar ideologías de aquellos que lideran dichas organizaciones. Estos líderes en realidad no piensan en cómo resolver las penurias cotidianas de un pueblo sufriente.
Por otra parte, pese a haber estado regidos por un sistema que durante décadas intentó borrar la espiritualidad ligada al Creador, la iglesia cristiana - Católica, Evangélica y Ortodoxa - son fuertes y siguen creciendo. Su solidaridad no es superficial ni vacía, sino llena del componente único e irremplazable que es la esencia del Evangelio de Cristo: el amor a Dios y al prójimo de manera concreta. Si existe un aspecto de este modelo al que imitar sin duda sería éste.
Andrés Casanueva, pastor anglicano