Llega marzo y a todos quienes hemos tenido la posibilidad de hacer vacaciones, nos cuesta volver a los trabajos, a los estudios, a la rutina. Mi invitación es a contemplar la vida cotidiana con una nueva mirada. Cuando hablamos de dejar las vacaciones, para volver a nuestras actividades, viene a mi memoria aquella situación que vivieron los apóstoles (Pedro, Santiago y Juan) con Jesús en el Monte Tabor, la maravillosa experiencia de la Transfiguración. Allí, Pedro propone a Jesús hacer tres carpas para quedarse: "Maestro, qué bien se está aquí, hagamos tres carpas..." (Marcos 9,5). Se trata de un deseo muy humano, querer perpetuar los momentos gratos de la vida. ¿Quién no? Llega marzo y el Señor pone ese letrero que dice: "Prohibido acampar". Se nos exhorta a bajar, con Jesús, para enfrentar la vida, teniendo muy presente, además, que no todos pudieron subir, así, la responsabilidad de aquellos que tuvieron ese privilegio es aún mayor. En la vida experimentamos muchas situaciones gratas, que nos hacen preguntar el cielo en la tierra, pero siempre llega el momento de bajar de la montaña. En la persona de Jesús, el Reino ya ha llegado a nosotros, pero todavía no ha sido establecido en plenitud. Es algo que debemos tener muy presente, de tal modo que los momentos gratos, o de intensidad espiritual, nos ayuden a asumir con mayor responsabilidad nuestra misión en el día a día de nuestra existencia.
Todos quisiéramos quedarnos a "acampar", lo que demuestra que nuestra alma tiene verdaderamente sed de Dios, de Vida Eterna. Pero si perdemos de vista la misión, nuestros tiempos gratos; de descanso, de encuentro con los seres queridos, de deporte, de arte, en general, de plenitud espiritual, podrían tener terribles efectos, ya que, convertimos un momento de bendición en una "burbuja", que nos impide ver la vida tal cual es, con sus luces y sombras, con sus gozos y esperanzas. Nuestros tiempos de descanso deberían ayudarnos, por una parte, para evaluar cómo estamos viviendo nuestra fe en el contexto de nuestra vida cotidiana y, por otra, para llenarnos de energía y gracia divina, de tal manera que nos lancemos con gran esperanza a colaborar con el Señor en la restauración de nuestro mundo, en la construcción de su Reino. Jesús, nos anima a bajar del monte con Él, para asumir, con alegría y renovado entusiasmo, nuestra misión, dinámica y permanente. Subir a la montaña implica esfuerzo y fatiga. No es raro que alguien quiera quedarse "allá arriba", dominando sobre todos. La invitación es a realizar lo más difícil, bajar del monte para acompañar y animar a los cansados y agobiados del llano.
Héctor Vargas Bastidas, obispo de Temuco