Es una tradición que los escritores participen de ácidas disputas entre ellos. En este caso me estoy refiriendo al escritor Rafael Gumucio a partir de unas declaraciones en una entrevista en un medio periodístico. Se podría decir que hasta son necesarias estas polémicas, no por un tema mediático comunicacional, sino estrictamente literario. Más aún, esto es parte del trabajo. Son un clásico las peleas entre De Rokha y Neruda, que tendrían antecedentes en el mismo Huidobro, que no eran tan mediáticas como ahora, porque eran vividas por seguidores y amigos de los poetas.
Los que nos dedicamos a esto de la literatura siempre hemos tenido disputas con colegas. Lo interesante de ellas o el valor que tendrían es cuando entran al ámbito del texto, no cuando tienen carácter episódico o personal. En el caso de Gumucio hay una crítica a las nuevas generaciones y una alusión al tema del bullyng, en donde este se asume como parte de la formación de un estudiante, no se lo sataniza, lo que va contra el sentido común sicopedagogizante. Lo que llama la atención es la sobrerreacción, atizada por lo medios y las redes sociales. Sobre todo porque no se asume el carácter metafórico de las declaraciones del escritor, llenas de sarcasmo e ironía. Lo que hace la interpretación mediática es literalizar las palabras del entrevistado.
Borges, en el cuento El Aleph, ajusta cuentas -y entra en disputa- con el canon imperante en su época, representado por algunos protagonistas de la escena literaria argentina (que hasta podría pasar por la clásica distinción entre los de Florida y los de Boedo, con Borges y Arlt, como escritores símbolo).
Lo interesante es que el narrador borgiano polemiza en el texto, en la ficción misma. Hay un personaje llamado Caros Argentino Daneri que representa todo aquello que el narrador borgiano (y el mismo Borges) desprecia, es el que gana premios, porque es política y culturalmente correcto, y al parecer corresponde al canon editorial dominante. Además, descubre que la mujer que amó, tuvo complicidades íntimas con su enemigo, es decir, él es un perdedor, frente a un ganador idiota, escritor naif, que escribe en serio y para colmo cree, como gran parte de los lectores de sentido común, que la literatura se dedica a nombrar el mundo, no más que eso.
Recuerdo que en una polémica que tuvo Piglia con otro escritor, ambos de Buenos Aires, a propósito de un premio que se disputaron, el gran novelista argentino agredía a su oponente comparándolo con Carlos Argentino Daneri. Yo siempre que hacía un taller partía con la lectura de ese cuento de Borges, porque era como un taller en sí mismo. En él estaban contenidos todos los grandes tópicos de la creación literaria, desde la poética narrativa, que incluye los elementos narratológicos clave, pasando por la mirada crítica de la cultura y rematando en los avatares del campo literario.
En lo personal he tenido polémicas marcadas por lo que podríamos denominar "la cosa local" o, también, el ingrediente territorial, incluso con operadores tributarios de los modelos de corrupción cultural y con actitudes, y actividades delictuales, y que usaban la chapa de poetas. Este es un fenómeno arcaizante muy arraigado todavía por la persistencia de un tardo romanticismo con síntomas anarquistas, que aún valoran el lumpen, como supuesto eje transformador, aunque con una imagen de otro periodo histórico.
La actividad cultural (y la gestión cultural) hoy en día, son áreas de lo público mucho más apetecidas que antes, son zonas de disputa de poder político y también se juegan estrategias de promoción político partidista, lo que da motivos para guerras culturales.
Por otro lado, hay mucho operador político que ocupa la cultura para instalar máquinas, como se dice en jerga politiquera, y también suele ser la estrategia de validación del amateurismo cultural provinciano, que utiliza la escritura en prosa o en verso, como sistema de validación social, incluso como procedimiento de jerarquización.
En esta última polémica capitalina se percibe con claridad el tema de clase y la sospechosa superioridad moral de los escritores dotados de una triple seudo ventaja, provenir de barrios populares, ser de izquierda y pertenecer a una nueva generación de jóvenes escritores. Y habría que agregar que es posible que más de alguna comentadora de libros, como Patricia Espinoza, les preste vestuario ideológico, sólo porque este imaginario odioso es coherente con sus ideologemas literalitosos que abusan de los márgenes y las periferias, propias de la jerga subversivista ochentera, que terminó por alojarse en el mundo academicoide.
Marcelo Mellado