Diversos especialistas se preguntan en qué momento Chile pasó de ser un país que luchaba contra la desnutrición infantil a ser uno con las mayores tasas de obesidad en niños en el mundo. Nadie tiene la claridad, pero las cifras que hoy se conocen son alarmantes y requieren de una atención especial para ser revertidas.
Lo cierto es que todo está ligado a la conducta y al crecimiento que vivió el país a partir de la década de los 90, la que abrió una nueva forma de vida a las familias chilenas, que sólo lo conocían por televisión. Un estilo en que el sedentarismo y el consumo de comida chatarra fueron las detonantes de estas peligrosas cifras.
Cada vez aparecen a más temprana edad enfermedades de adultos como la diabetes, hipertensión y problemas cardiacos.
El tema ha sido abordado desde hace algunos años por el Ministerio de Salud, cuyos especialistas han aplicado políticas para que los alimentos sanos sean los que se vendan en las escuelas en desmedro de otros ricos en azúcares, sodios y otros elementos dañinos.
La batalla ha sido dura porque apunta a un cambio en las costumbres de las familias. Y los resultados no han sido los esperados, por ello que la entrada en vigencia el nuevo rotulado de los alimentos en los que se advierte con un hexágono negro aquellos que son peligrosos para la salud, por ser ricos en grasas saturadas, azúcares, calorías y sodio, ha sido un acierto en el sentido de que la población está tomando conciencia y recibe la información adecuada sobre el producto que consume.
Si bien hay políticas públicas orientadas a vencer la obesidad infantil, se tendrá que pensar en cómo alertar a los más adultos de esta realidad. A aquellos padres que atareados por el trabajo caen en soluciones poco saludables para su hijos debido al escaso tiempo.
Es a ellos a quiénes se debe educar y recalcarles lo importante de mejorar la dieta y hacer ejercicios. No sólo para verse mejor, también para evitar enfermedades crónicas e incluso mortales.