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La novela educativa

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El otro día recordaba mi experiencia como profesor con una colega que se manifestaba amante de su profesión. Hacía tiempo que no pensaba ni me acordaba de eso, que debo reconocer me incomoda. He pasado por momentos de amor y de odio con mi ex profesión. Lo concreto es que pagué toda mi carrera, vía crédito fiscal y no trabajé mucho tiempo en pedagogía y no jubilaré en el gremio. Nunca pude combinar bien mi pega de escritor con la de profe, nunca fueron actividades complementarias. Lo concreto es que tuve hermosas experiencias y otras muy humillantes, pero estas últimas se marcaron con tinta indeleble.

Por eso nunca he mirado con buenos ojos la discusión sobre la reforma educacional, hay tanto cinismo y mucha ansiedad aspiracional que distorsiona todo. Hay mucha cuestión extraeducativa, ya sea de reivindicaciones de los alumnos o de los docentes, que omiten los procesos educativos propiamente tales y los modelos de escuela (el paradigma de la relación enseñante). Nunca percibí preocupaciones estructurales relativas a la filosofía educativa o a la cuestión antropológica. Siempre se parte de algo dado por sabido que es la "calidad de la educación", un estado de gracia al que hay que llegar.

La llamada "buena o calidad de la educación" se resuelve asumiendo criterios tradicionales de instrucción y en la obsesión tecnologizante, y, por cierto, en la concepción pedagógica como trampolín social y de ubicación laboral. La cosa se podría resumir en un universitarismo patético que mitologiza el profesionalismo a ultranza, obviando elementos clave de la modernidad (y de la concepción del sujeto humano, tanto en su dimensión privada como pública).

Es paradojal que viviendo en una sociedad de mercado, en que se supone que las ofertas de mundo pasan por el espejismo de la diversidad de productos a la mano del consumidor, la educación sea tan uniforme; es decir, más o menos lo mismo para todos. Los colegios y las universidades pugnan por ser lo más parecido a un raro modelo canónico misterioso, y una certificación que te convierte en sujeto educado. En este contexto ser profesor es algo banal e hipercodificado, la simple reproducción de una ideología del desarrollo. Ni siquiera hay que citar el clásico juicio de Paulo Freire sobre la educación bancaria.

En realidad, no pretendo hacer teoría de la educación ni reflexionar profundamente sobre políticas educacionales, ya no quiero eso nunca más. Sólo quiero recordar que yo me dediqué a la escritura, porque fracasé como profesor, al menos esa siempre ha sido mi sensación, es decir, nunca pude adaptarme al modus operandi profesoral. Siempre sentí que había una modelo de subordinación que hacía del gremio un colectivo sospechoso, a pesar de la supuesta combatividad del Colegio de Profesores que creo representa a un mínimo de docentes.

¿Qué significa ser profesor? El sentido común es nuestro peor aliado para responder esa pregunta. Se ha mitificado mucho la labor docente. Lo que sí está claro es que han mejorado sus ingresos, aunque es probable que las condiciones en que muchos desarrollan su labor docente ha empeorado. Yo hacía clases en la enseñanza media y los adolescentes, de un tiempo a esta parte, no son un grupo etario muy interesante ni especialmente propositivo, claramente les ha tocado un mundo bastante perverso y competitivo, y ellos tienen un lugar para nada secundario a nivel de presión social, lo que los hace muy demandantes, además de unos compulsivos consumistas de todo tipo de iniquidades y, por cierto, violentos y arrogantes. Puede que uno resienta el hecho de que ellos sí comparten el poder con otros grupos, se ganaron esa pertenencia a la elite.

Por supuesto que la imagen que me hago de los adolescentes es totalmente subjetiva y tiende a algo que no es muy inteligente, a la generalización. Lo asumo, lo que ocurre es que no puedo evitar dejarme llevar por una suerte de ajuste de cuentas por mi mala experiencia. Aunque quizás soy muy duro conmigo mismo y con los jóvenes en edad escolar. No puedo dejar de recordar algunas buenas experiencias, paradojalmente con adultos obligados a terminar su enseñanza, porque el sistema laboral se los exigía; esto cuando debí hacer clases nocturnas. Porque de día claro a profesores como uno no los contrataban.

Debo reconocer que he escrito muchos relatos cortos sobre tema educativo, todos relacionados con experiencias en las pequeñas ciudades en que me tocó habitar, enclaves urbanos en que después de los médicos y los abogados (los otros profesionales no se notaban, porque había muy pocos), venían los profesores en la jerarquía local. Todos tenían automóvil, yo era el único que andaba en bicicleta y los alumnos me hacían bullyng por eso.

Marcelo Mellado