Hoy no es difícil denigrar la política, "el arte de gobernar", y tenemos que reconocer, más de algún político contribuye a ello. A la base de los acontecimientos que han remecido a la política en un año electoral, hay una certeza esencial: la política, como acto humano, se funda en valores. No es un negocio, sino un servicio. No responde a cálculos, sino a proyectos de sentido. No mira el bienestar individual o partidista, sino ante todo el bien común del país y, entre nuestros compatriotas, la atención de los más desfavorecidos.
Que un político tenga principios y que los haga valer en su función pública es el mínimo indispensable de su rol. La coherencia con los principios y valores supone riesgos y costos ¡Siempre! El político consecuente no siempre recibe el aplauso de la galería. Tampoco lo busca. Otro mínimo en el servicio público es la disposición positiva al diálogo, en un clima de amistad cívica que se funda en que el país no le pertenece a unos pocos. Hay decisiones relevantes en la vida de un político. Cuando ellas se inspiran en sus valores y principios, cuando con conciencia formada procede en consecuencia, el político aspira a ser máxima expresión de la caridad. Cuando las decisiones son producto de maniobras, calculadoras y subterfugios es bastante probable que la política se transforme en un penoso y desacreditado espectáculo.
Por estos días, quedamos con la amarga impresión ante la aprobación del Proyecto de Ley de la despenalización del aborto en tres causales, en que más allá que de las profundas convicciones y dictámenes de la propia consciencia, muchos de fe cristiana, pareció votar a favor alineada por razones o fuertes presiones políticas. Quizás varios no consideraron que el tema de fondo no era ideológico, sino la vida de seres humanos que legalmente ya no serán sagradas, ni un valor en sí mismas, sino incluso desechables por el arbitrio de otros. Ahora las presiones van sobre el tribunal Constitucional. La Primera Autoridad le ha exigido que respete la mayoría parlamentaria, pero esa instancia de acuerdo al Estado de Derecho fue creada para velar por el respeto de la Constitución Política de la Nación. A su vez, ¿Quién dijo que la verdad coincide siempre con lo que piensa una mayoría? ¿Pero en una cultura cínica, a quién le interesa la verdad?
Los medios citan a la dirigencia de la DC, proclamando como un gran logro el haber tomado decisiones respecto de comportamientos de un integrante, porque de este modo la colectividad eleva sus estándares éticos. Pero inexplicablemente, al día siguiente sus parlamentarios votaron contra el valor más esencial que existe, la vida humana de indefensos e inocentes. Tomando en cuenta que en su último Congreso Doctrinario, la DC proclamó su pleno rechazo al aborto y la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, este caso, que en gravedad ética no tiene proporción con el anterior, lo que está en juego es justamente la adhesión y fidelidad a las grandes convicciones partidistas, que ciertamente han de ser también las propias.
Héctor Vargas obispo de Temuco