En Francia, por citar un solo ejemplo de países a los cuales nos gusta mirar e imitar, el Estado es vigoroso y robusto. ¿Por qué? Porque se preocupa de reclutar a los mejores profesionales y técnicos pero -sobre todo- porque no los despiden cada vez que hay un nuevo Gobierno como pasa en Chile y claro, en La Araucanía.
Si cada 4 años se desarma el aparato estatal en el país, cuán difícil es incubar, formular y luego ejecutar las políticas públicas en diferentes áreas. Si cada 4 años se despiden profesionales, técnicos y administrativos cuyas calificaciones son óptimas, cómo poder seguir confiando en los mecanismos de calificación y en los criterios. Si cada 4 años hay miles de funcionarios, familias completas, temiendo lo peor, imposible pensar en un Estado equilibrado y serio.
Este hábito de despedir funcionarios públicos no es exclusivo de un sector político. Estamos acostumbrados a que cada nuevo periodo presidencial miles son removidos, provocando profundos baches en el normal funcionamiento del aparato público.
Muy distinta es la salida de los equipos de confianza política de cada administración (intendente, gobernadores, seremis y/o jefes de servicios), inclusive aquellos que ingresaron por Alta Dirección Pública (ADP) ya que se entiende que la nueva administración busque autoridades de su confianza y de su línea.
Lo que se reclama hoy es la manera de desechar a funcionarios con años de carrera, especializados en sus áreas, competentes y con calificaciones óptimas. Casos sobran: los 18 funcionarios a contrata de Indap son un botón de muestra o las únicas dos funcionarias de la Dirección General de Aguas (del MOP) a honorarios.
El día que se termine de asociar erróneamente a los funcionarios como trabajadores de un único gobierno, el de turno, será el día en que se pueda soñar con hacer real el anhelo de un Estado sensato, equilibrado y serio, donde la calidad del trabajo prime por sobre cualquier otro criterio.