Son cincuenta años de una tarea común. En 1969, Plinio Picasso Sanguinetti y María Cristina Hafemann Rivas asumieron el desafío de unir sus vidas. Y ese desafío tenía que ver con cautelar una tradición que nació en los últimos años del siglo XIX, cuando el primer Picasso arribó a nuestra Región desde Italia. Sin duda, Luis Picasso Vallebuona, padre de Plinio, es el más preclaro representante de esa tradición. Su estatua está en la cumbre del cerro Ñielol. Desde allí, contempla a la ciudad que amó entrañablemente. La unión de Plinio con María Cristina refrenda esa saga. Y la refrendan también los hijos de ambos: Gissela Andrea y Plinio Luis. El 3 de enero de 1936 vio la luz de la vida Ítalo Picasso Sanguinetti. Él es también protagonista de la historia de su apellido. Estas Bodas de Oro de Plinio y María Cristina son un epítome. Resumen toda la belleza de la tarea que emprendieron en 1969. Se trata de una belleza que no estuvo exenta de dificultades. Es que, quiérase o no, la vida suele ser así: de dulce y de agraz. La gente de Temuco no olvida lo que representa el apellido Picasso. Es posible que no conozca mayores detalles, pero es que hay temas imposibles de olvidar. Ese apellido está presente en la memoria colectiva de los temuquenses.