Son múltiples los factores que inciden en que una persona deje de hacer ejercicio, más en el sur del país, donde al poco tiempo que tienen las familias para almorzar en casa y el aumento del consumo de comida chatarra y productos azucarados, hay que agregar las adversas condiciones climáticas en los meses de invierno, con días extremadamente fríos, lluvia o bien con altos índices de contaminación ambiental, que generan, en definitiva, que la televisión, el computador y los juegos informáticos se conviertan en la distracción más habitual de los niños, en detrimento de la actividad física.

Esta mezcla de factores, muy común en países desarrollados, genera, en definitiva, que las sociedades se vayan haciendo cada vez más sedentarias y los niños replican esas conductas y las van asumiendo como propias.

Datos de años anteriores, emanados desde el Instituto Nacional de Estadísticas y otros capturados por la Seremi del Deporte, sostenían que alrededor de un 30 por ciento de los habitantes de La Araucanía no realiza ningún tipo de deportes o actividad física, siendo la mayoría de ellos adultos mayores y de bajos ingresos económicos.

Se trata de una realidad a todas luces preocupante, toda vez que una conducta sedentaria es un problema de salud pública en tanto se convierte en un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades crónicas, como las cardiovasculares, hipertensión, diabetes y obesidad. Complicación que se que potencia cuando hay investigaciones que sostienen que el sobrepeso puede llegar a reducir la esperanza de vida de una persona en hasta en 10 años y representa una elevada carga económica para la sociedad.

Por ello, se hace necesario potenciar las políticas públicas tendientes a promover la actividad física en todos los niveles etarios, de manera de inculcar hábitos saludables que faciliten el desarrollo del deporte y promuevan la alimentación sana. De ello depende que tengamos una sociedad sin enfermedades derivadas del sobrepeso.

Desde el año 1981 se construye un doloroso peregrinar de nuestra educación en todos sus niveles lo que se evidencia hasta el día de hoy. En esta columna tocaré la del nivel superior: la universitaria.

En nuestro país existe una gran demanda de educación superior. Ello es natural porque quien alcanza un título profesional o técnico tiene mayor acceso al trabajo y a un trabajo mejor remunerado. Por otra parte, los puestos de trabajo se han hecho más complejos y exigen mayores conocimientos y habilidades para desempeñarlos. Por ello, la educación superior se ha convertido en un buen negocio.

Frente a una demanda creciente de educación superior ha surgido una oferta de universidades que en ocasiones no dan garantías de calidad. En nuestro país existen 25 universidades tradicionales, 16 son del Estado y 50 son privadas. Existen también 66 institutos profesionales de los que solamente 13 poseen autonomía y existen 120 centros de formación técnica, 100 de los cuales no tienen acreditación.

Las cifras dadas nos hacen tener dudas de la calidad de la mayoría de estos establecimientos y, por lo tanto, de la calidad de los profesionales que forman. Desde otra perspectiva, la fuerte demanda de educación y la regulación de las universidades se traduce en que existe una sobreoferta de algunas profesiones. Por ejemplo, 37 universidades imparten carreras de Derecho, las mismas o más imparten Ingeniería Comercial, el número de carreras de periodismo ha crecido en la última década en un 117% y más del 40% de sus estudiantes no la terminan.

Las universidades actuales con excepciones notables no desarrollan investigación ni la extensión lo que empobrece el sentido profesional de la academia. Particularmente, la docencia, la que al convertirse en repetitiva de textos se vuelve obsoleta por el avance vertiginoso del conocimiento, el que no se traduce con igual rapidez en la publicación de textos de estudios.

En este análisis no debemos soslayar que existe una cesantía ilustrada que afecta a profesionales jóvenes y esto se debe a la oferta excesiva de las mismas carreras, por parte de todas las universidades, las que, observando el mercado y no las necesidades de desarrollo, concluyen en que la demanda existe sin preveer que el aumentar indiscriminadamente la oferta y saturan el mercado generando frustraciones y pérdidas de esfuerzos intelectuales y económicos.

Entonces, el tema educación de Chile se debe tomar muy en serio y para ello es aconsejable designar ministro de esa cartera a un profesor académico dejando el cuoteo y el amiguismo de lado.

El desarrollo y progreso de nuestro país depende fundamentalmente de un sistema de buena calidad para todos.

Roberto Muñoz Barra, exsenador, presidente Instituto Estudios

Públicos Social Demócrata

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