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de los mapuches que nacimos en la ciudad en una diáspora".

-Se lee autobiográfico.

-Una de las cosas que más me gusta -y al mismo tiempo me atemoriza- es que los personajes se reconozcan a sí mismos en las historias. Ha sido interesante que mucha gente que conozco desde niña ha leído el libro.

-¿Y cuál ha sido la reacción?

-A mi familia más cercana me da un poco de miedo preguntarles directamente. Amigas de mi mamá y sus compañeras de trabajo me han dicho que se han reído y emocionado. A una tía le dije que recordara que es ficción. Cuando hablaba con una amiga, me decía si tenía miedo que me leyeran. Mis papás fueron los primeros lectores de mis diarios.

-¿Qué te hizo pasar de la poesía a la prosa?

-La prosa no me es lejana. Escribo diarios de vida desde muy chica, también crónicas o ensayos. La narrativa es parte de esas otras escrituras que no había publicado en formato libro.

-¿Los diarios los piensas publicar alguna vez?

-Hay algunas cosas que son más publicables que otras, como los diarios de viaje o historias que van apareciendo por el ojo que mira. Hartas crónicas nacen allí.

-No es una situación metropolitana la de los personajes de "Piñén".

-Me da un poco de risa eso, tengo amigos y familia en el sur que me dicen "la santiaguina". Uno habita Santiago pero nunca me he sentido santiaguina. Es la periferia de la periferia. Viajar a Santiago siempre implicaba una hora y media, es como viajar a Valparaíso. Donde vive mi mamá y mi papá no llega el metro, con el Transantiago hay que hacer tres combinaciones. Un lugar que siempre ha estado abandonado. Lo vemos más con la pandemia.

-Te debe costar llegar más ahora.

-Estoy encerrada.

-¿Has escrito en esta pandemia?

-He pasado varios momentos. He tenido que seguir trabajando, soy profesora, así que trabajo en las clases desde mi casa. Estoy estudiando al mismo tiempo, tampoco ha parado eso. Sobre la escritura, me costó escribir más en la revuelta que ahora. Pensé que me que iba a pasar algo similar, pero me obligué a trabajar. Seguí con los diarios, retomé un proyecto de novela incipiente. Lo he logrado a ratos mejores que a otros. Tengo una obligación de seguir trabajando porque a mi papá siguió trabajando también, salía a la calle. No voy por el camino de ser productivo, pero sentía que me daba vergüenza interrumpir mi vida, siento que es un lujo interrumpir la vida. La escritura es mi oficio, no puedo separar mi vida de la escritura.

-En "Piñén" las protagonistas se rebelan a lo impuesto. ¿Consideras esa rebeldía excéntrica o masiva?

-Ya no es excéntrica. Ahora que trabajo con adolescentes es algo común, que tiene que ver con una edad común. Es cuando afloran otras necesidades, miedos y rabia. Es una forma de revuelta interna. Hay una edad en que esas cosas generan movimiento en el cuerpo, es un fuego interno que quiere emerger. Con la gente que me relaciono conversamos esas cosas. Tienen que ver con los espacios que crecimos. Ser mapuche y ser mujer. También hay otras cosas importantes que destacar, como la precariedad con respecto a la salud mental. Hay varias menciones al "empastillamiento" como una forma de generar control en ciertos cuerpos. La mayoría de los estudiantes a los que les hago clases están sometidos a más de tres pastillas para poder vivir, rendir o trabajar. Se ha naturalizado, es difícil encontrar gente que no se discipline así para la salud mental.

-En una de las partes inquietantes del libro la protagonista casi pierde su centro por el consumo de esas pastillas.

-Ahora estás más extendido. Cuando fui adolescente no era muy distinto a ese mundo. También los lugares de salud pública, los tratamientos farmacológicos. Después se fue expandiendo nada más. Al principio era como un murmullo, nadie quería hablar de esas cosas, pero ahora ha ido detonando, al punto que hoy una persona que está tomando antidepresivos o fluoextina no parece extraña.

-El racismo es otro elemento que desarrollas.

-Me interesaba ahondar mucho en el racismo, que la gente piensa que se inició con las migraciones afrodescendientes. El racismo es una estructura que ha marcado bastante el acontecer del Estado chileno. Las cosas que vivimos nosotros con esto son microhistorias y cuando uno tiene amigos mapuches nos damos cuenta que son más comunes de lo que pensábamos. Lo que se conoce como la Pacificación de la Araucanía es levantar un país con intereses racistas y económicos. Me interesaba que fuera un elemento del libro, me interesaba que estuviera vinculado a las precariedades sociales.

-A veces la ficción alcanza profundidades que la no-ficción no alcanza.

-Hay cosas que han ido saliendo de memorias historiográfica a partir de las diásporas de 1930, cosas que han hecho varias intelectuales mapuche. La idea de narrar es distinta, quiero que el libro sea una motivación para todos los que quieran escribir sus historias.

-Además, se rescata el valor de la amistad entre amigas, algo poco común en la literatura.

-La amistad es política, es tu familia de alguna forma, es la comunidad. Me gustan las historias de amigas que se cuentan a sí mismas, porque la memoria de la una es la escritura de otra. Quería trabajar específicamente la idea de dos mujeres que fueron amigas de la infancia y cómo se van desarrollando y cómo los temas las van cruzando. La ternura es altamente política.

catrileo Ganó el Premio Mustakis por "Niñas con palillos" y el Municipal de Literatura 2019 con "Guerra florida".

Alvaro de la Fuente

"La mayoría de los estudiantes a los que les hago clases están sometidos a más de tres pastillas para poder vivir, rendir o trabajar. Se ha naturalizado".

"Warriache"

Fragmento del libro "Piñén" Por Daniela Catrileo
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¿Sus ojos podrán volver? Me repito esto, una y otra vez. Sin embargo, guardo silencio. Soy como una herida que aprendió a residir en la piel. ¿Volveremos nosotras, nosotros? Mis pensamientos se ven interrumpidos por el plato servido sobre la mesa. Estoy en el cumpleaños número ochenta de mi abuelito. La casa está llena, todos ríen, hacen bromas. Hay dos mesas: niños y adultos. ¿Cuándo crecí tan rápido para no estar entre sus juegos? Pareciera que hace nada estaba ahí, sentada en la alfombra con mis rodillas chuecas, separando las verduras del plato, siendo mañosa por cualquier asunto irrelevante. Aprovechando la ventaja de ser la primera nieta que nacía en este territorio extranjero y que a pesar de las precariedades podía darse el gusto de abandonar las guatitas por un plato de papas fritas recién hechas. Todo a escondidas del padre y con el regaloneo de los abuelitos, claramente. Una «vieja chica», como me llamaba la señora Menche, la comadre de mi abuelita. O simplemente riendo con mis tías y primos casi veinte años atrás.

¿Sus ojos podrán volver? Me hago esta pregunta cada vez que veo juntos a mi padre y a mi abuelo. Ñi chaw, ñi laku. Imagino sus retornos como una posibilidad de sumergirse en ese verde que duele. Regresar al lugar donde el pensamiento se pierde en el tejido de las hojas. ¿Quisieran ellos volver? Mantengo e}n mi cabeza esa duda. Santiago para nuestras familias significó un pedazo de suelo donde crear algo parecido a un hogar. Intentaron construir una vida y tacharon otra. Encontraron un trabajo, trajeron a sus hijas e hijos, abandonaron la lengua y lo poco que tenían: animales, pequeños cultivos, sus rukas. Imaginaron que cerca del Huelen y el Mapocho podrían tener un segundo nacimiento donde se levantarían desde los escombros. Pero eso no sucedió, fueron desalojados. Desparramados a los suburbios de la waria. Tuvieron que aprender a germinar como quien muere lejos de su tierra.

Ahora, con este disfraz adulto, compartimos la mesa de los grandes. Mis primas más pequeñas y mi hermano cada tanto vigilan a sus hijos e hijas de la mesa aledaña. Intento estar atenta a la conversación que se da en ese ambiente. No logro entender muy bien de qué hablan. Algunos balbucean, otras lloran. Tienen un tono de dibujos animados que modulan naturalmente. Las más grandes miran sus celulares. La mayoría separa los cubitos de zanahorias del arroz y toman mucha bebida, al menos más de lo que comen.

Vuelvo a prestar atención al espacio que comparto, como si atravesara un umbral del tiempo donde se me permite ser adulta. El vecino de toda la vida está invitado a la cena, sentado a la izquierda de la cabecera, lugar ocupado por ñi laku. Deben tener casi la misma edad. Al parecer, el señor ya bebió más de la cuenta, se le enreda la lengua y dice cosas que nadie puede descifrar. Al principio era gracioso, pero ya empieza a aburrir. Mi padre y su hermana mayor están a mi lado, toman una copa de vino y confabulan risueños. Mi tía dice la palabra «pirulonko» refiriéndose al vecino. A mi papá le hace tanta gracia que se llega a atorar. Pirulonko es como decir cabeza agusanada. Mi tía les explica a los demás esta palabra, la mesa chica ríe a carcajadas.


Piñén

Daniela Catrileo

Libros del Pez Espiral

70 páginas

12 mil