La voz libre
Quisiera en esta columna referirme al rol del periodismo en el conflicto sureño, hoy tal vez más importante que nunca. Y para ello quiero recordar la figura del primer mártir del periodismo en La Araucanía, Francisco de Paula Frías, quien a fines del siglo XIX pagó con su vida su compromiso ético con este oficio.
De Paula Frías era todo un personaje. Profesor, escribano y secretario de juzgados, llegó a vivir a Temuco en tiempos en que las tierras se disputaban a balazo limpio. Llegó acompañado de su esposa Elvira, sus seis hijos y dos jóvenes alemanes quienes se sumaron a la aventura de radicarse en la perla del Cautín.
Para él los mapuche no eran unos desconocidos. Trabajando en los juzgados de Toltén, Lebu e Imperial tuvo contacto directo con ellos y sus variadas desgracias. Repetidas veces fue testigo de cómo los winka usurpaban tierras a las reducciones; cuando no, sus lonkos eran asesinados en total impunidad. Y no solo por parte de winkas poderosos; también los winkas pobres cometían graves tropelías motivados por el racismo y la codicia, observaba con tristeza.
De Paula Frías sabía además de política. Miembro activo del Partido Radical, era consciente de los poderosos intereses económicos y políticos tras la invasión militar chilena. Y, si bien comparte con otros que la colonización es parte de la solución al "problema indígena", los abusos que se cometen le repugnan.
Una vez radicado en el sur rápidamente se ganó la confianza de dos importantes lonkos, Coñoñir y Calfupán. Ambos le pidieron ayuda para recuperar una propiedad conocida como fundo Pancul en las cercanías de Carahue. Se trataba de una fértil tierra bañada por el río Imperial. Pancul había sido usurpada a los mapuche por Máximo de la Maza, gobernador de Imperial, en complicidad con rufianes locales que allí pastaban los animales de su patrón.
De Paula Frías, en su calidad de apoderado de los lonkos, interpuso de inmediato una demanda ante el juzgado de Nueva Imperial para que se pudiera restaurar el derecho de propiedad violado a los jefes mapuche. La demanda dio comienzo a un largo juicio que peleará por largos años en tribunales. Pero aquel sería apenas el segundo de sus pecados. El primero fue fundar a mediados de 1888 el periódico La Voz Libre. En sus páginas no dejaría títere con cabeza.
Autoridades de gobierno, jueces, militares, hacendados, tinterillos, curas, todos tarde o temprano desfilarán por las páginas del semanario. Bastó con que circulara el primer número para que intentaran callarlos. Hasta veinte días preso llegó a estar su valiente editor tras ganarse el odio del juez letrado de Temuco, a quien acusó de "no respetar ni la ley ni la moral pública".
Pero su atrevimiento tendría para él trágicas consecuencias. Tras ganar el juicio por las tierras de Pancul se desató la desgracia.
La sentencia obviamente indignó a Máximo de la Maza, quien no dudó en planear su asesinato. Este acontecimiento ocurrió la noche del 7 de octubre de 1888 en las mismas tierras de Pancul. Allí el periodista fue emboscado a balazos por matones a las órdenes del gobernador de Imperial. Tras entregarse a sus atacantes recibiría a traición un tiro en la nuca.
Se cuenta que entre los habitantes de la zona cundió la indignación. La despedida del periodista reunió a miles de personas. Temuco, escribe un cronista, se vació por completo para acompañar su funeral en el cementerio. Allí, a los pies del cerro Ñielol, los restos del valiente editor del periódico La Voz Libre descansan hasta nuestros días.
"Trabajando en los juzgados de Toltén, Lebu e Imperial tuvo contacto directo con ellos y sus variadas desgracias. Repetidas veces fue testigo de cómo los winka usurpaban tierras a las reducciones".