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Mi patrimonio cultural: El Botoncito
A comienzos de los años setenta y con la efervescencia política de esos días, iba yo muy joven en una marcha por calle Montt hacia el poniente, cuando al pasar vi un pequeño local de color celeste algo desteñido. Estaba ubicado casi al llegar a calle Lynch y era una arquitectura de los años veinte. Un piso, una doble puerta al exterior y otra similar más al interior, con la parte superior de vidrio, que al empujarla hacía sonar una campanilla metálica. A la izquierda una gran ventana, donde vi un montón de libros brillando a la luz de ese día. La puerta se encontraba al lado derecho, si se miraba desde el frente de ella.
Libros usados El Botoncito, señalaba un cartel colgado en la ventana.
Por supuesto que dejé la marcha y me fui a mirar esa gran oferta. Al interior se podía ver más libros sobre unas repisas que iban desde el piso al cielo raso del local. Entré. El piso de la casa era de madera y se sentía vibrar al caminar sobre él, lo que hablaba de sus años.
Lo primero que vi, fueron unos muebles con vidrios, donde pude observar muchos productos que podría encontrar en cualquier negocio de población. Casi igual a aquellos del sector de donde yo provenía. Había allí pan, dulces, frutas, verduras y muchos otros productos para la casa. Y un largo mesón, detrás del cual me sonrió cariñosamente su dueña y me preguntó qué necesitaba. Libros dije. Esos son me dijo, y con el dedo índice de la mano derecha, me señaló la estantería al fondo de su local.
Así conocí a la señora Luchita, que me surtió de muchos de los libros, usados, que fueron la lectura formal de mi vida de ávido lector de poesía y narrativa chilena. Al igual que a toda una generación de estudiantes, hoy profesionales, que orientan y guían nuestra Región.
Ella, la señora Luchita, con una diligencia admirable y una permanente sonrisa, me permitía sentarme tardes enteras a revisar todos los estantes libro por libro. Tenía un solo hijo, Ángel Lanchares, quien después del golpe militar debió salir al exilio. Por lo que ella, llevaba el peso del negocio y de la librería. Luego se cambió a calle Lynch, casi al llegar a Montt y desde ese pequeño espacio siguió nutriendo el interés de los lectores que llegábamos allí. Cuando la señora Luchita debía hacer algunos trámites en el centro de la ciudad, nos pedía que le cuidáramos el local, mientras ella iba y volvía. Por supuesto que lo hacíamos de la mejor manera, ya que al igual que el negocio de mi barrio, ella nos daba crédito; nada más que con el aval de la palabra, que habitaba también en esos libros.
A lo menos, para dos generaciones de lectores, de orígenes y profesiones muy disímiles, El Botoncito fue por años el espacio más importante de la ciudad de Temuco, donde nos formamos como personas, regidos por nuestros autores literarios favoritos. También por el afecto, el cariño y la confianza de la señora Luisa Caro Neira, que nos permitió leer lo mejor de esta vida, en un espacio muy grande en la memoria de Temuco.
Hugo Alister Ulloa
Cuenta pública
Nuestro Presidente tiene la extraña facultad de no dejar contentos ni a moros ni a cristianos.
Una vez más, perdido.
Rodrigo Hernando Díaz
Retroceder para avanzar
La Agencia de Calidad de la Educación entregó los resultados obtenidos en el Diagnóstico Integral de Aprendizajes, el cual reveló que alumnos desde sexto básico a cuarto medio no alcanzaron los conocimientos mínimos esperados en las áreas de Lenguaje y Matemática, y que a nivel socioemocional presentaban, entre otras dificultades, problemas para expresar sus emociones. Posiblemente, son cifras esperables dado el contexto sanitario y de confinamiento al que están expuestos, influenciado también por la falta de preparación del sistema educacional que se vio obligado a diseñar sobre la marcha una educación a distancia.
Frente a estos resultados, la autoridad dijo que estamos ante un terremoto educacional y las réplicas se pueden sentir por años. Concuerdo con esa afirmación, pues los terremotos hacen daño de forma transversal, pero en sectores vulnerables es más evidente, ya que las brechas sociales, económicas y educacionales se profundizan. Sin embargo, cabe preguntarse si este déficit es atribuible solo a la pandemia o es un síntoma que viene a reflejar que nuestras bases educacionales no son sólidas y tienden a tambalearse frente a cualquier evento interno o externo.
Cuando se construye sobre cimientos frágiles, un terremoto hace colapsar cualquier estructura, por eso más que repensar lo que debemos hacer de aquí al futuro, es mejor mirar en retrospectiva y preguntarse sobre qué base estamos construyendo nuestra educación.
Para el Chile que queremos, creo que es mejor retroceder para avanzar, pues el sistema no se recuperará solo, sino que requiere del esfuerzo de todos para subsanar las heridas. En ese sentido, la redacción de una nueva Constitución abre la posibilidad y nos llena de esperanza respecto de la construcción de una educación más inclusiva, igualitaria y de calidad.
Paula Fuentes, Ped. en Educación Básica, U. de Las Américas