Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Cartelera y Tv
  • Espectáculos

La revolución reflexiva

E-mail Compartir

-Sí, claro. Si no, no haríamos todo lo que hacemos ni lo que estamos haciendo ahora. La conversación es posible a través de los medios digitales, a través del teléfono. Incluso una persona que no escucha, una persona sordomuda, conversa a través de otro tipo de lenguaje. El conversar es danzar, es el encuentro con el otro. Lo único que se necesita primero es querer estar con el otro, que me importe el otro, escuchar al otro y estar dispuesto a cambiar de opinión. Si no estoy dispuesto a cambiar de opinión, tengo un apego a una teoría o una ideología, o tengo un apego a tener la verdad, se hace muy difícil la conversación como la entendemos, como este danzar juntos. A lo mejor tú piensas distinto que yo, y a lo mejor yo pienso distinto que tú, pero conversamos. Pero en general se transforman en luchas, los diálogos son encuentro de logos, de razones, por eso no hay acuerdos.

-¿Qué nos ha quitado el COVID-19?

-Nos ha quitado la soberbia, la arrogancia, nos ha hecho más humildes, más conscientes de que somos seres sociales, que somos en relación con otro. Nos ha quitado la omnipotencia en el sentido de creer que lo podemos todo. En cambio llega un virus y pone el mundo patas para arriba en todos los aspectos. No sé si nos ha quitado totalmente la arrogancia, pero nos ha tocado el ego, porque el ser humano es muy ególatra, en la tecnología, en la ciencia, en las organizaciones, en la creación.

-¿Qué nos ha dado el virus?

-Nos ha dado una gran tarea de decir, bueno, cómo queremos vivir, qué mundo queremos, cómo queremos convivir. Nos ha dado la gran oportunidad de preguntarnos cómo estamos haciendo lo que estamos haciendo. De mirar la historia y preguntarnos si nos gusta lo que hicimos, lo tendremos que seguir haciendo de la misma manera. Por ejemplo, con el cambio climático. Humberto señalaba mucho el crecimiento exponencial de la población, está en el libro. Necesitamos que haya muchas personas, que haya nacimientos, si decrece la población es un caos, pero resulta que el mundo debe llegar a un momento de equilibrio, de armonización, de estabilización entre las personas que nacen y mueren y lo que puede dar el planeta, la comida que podemos tener.

Inspirarse en el otro

-Otro tema relevante es la competencia, que se implanta desde la vida escolar. ¿Cómo podríamos cambiarla en la sociedad?

-Cuando partí trabajando con el "doc", como lo llamamos en Matríztica cariñosamente, yo quería salir a cambiar la cultura, la sociedad. Porque el ganar es lo que se aplaude. Tenemos en nuestra siquis el competir como un modo natural de relacionarnos, todo eso está hecho para eso. El niño es más inteligente si saca buenas notas. Es dotado si además es un buen atleta y gana las competencias. Todo está orientado al éxito, a llegar primero. La pregunta es, a propósito del momento en qué estamos, ¿qué enfermedades les ha provocado al ser humano esa competencia compulsiva? Nos ha provocado que nos dividamos, esta brecha gigante entre unos y otros. No nos miramos en los ojos de otro como un hermano. Cuando uno compite no invita al otro a compartir. En cambio hoy día con todo lo que hemos vivido nos damos cuenta de la importancia del otro. Como las enfermeras y médicos que incluso han dado su vida. La competencia es absolutamente lo opuesto o la colaboración.

-¿Cuáles son los liderazgos que podrían aparecer con la colaboración?

-Cuando recién empezamos a trabajar con el profesor Maturana escribimos un artículo sobre el fin del liderazgo, y éramos los convidados de piedra. Pero nos dimos cuenta que no nos iban a escuchar así, porque el liderazgo debe tener un espacio de poder y sometimiento del otro. Conversando todos estos años con Humberto, hablamos de la gerencia co-inspirativa, y bueno, por qué no hablar de liderazgo co-inspirativo. Porque co-inspirar es inspirarse en otro, y en el momento que nos inspiramos juntos, todos, desaparece el líder. Estamos inspirados todos en un propósito común.

-¿Qué cree usted que debe cautelar la Constitución?

-Primero creo que la Constitución debiera cautelar las conversaciones que se van a tener, la emoción de las conversaciones, cómo las vamos a tener y si vamos a tener un proyecto común. Si vamos a co-inspIrar o no. Porque lo que va a resultar, va a resultar de ese sentir y esa emoción. Porque si hacer la Constitución va a hacer un juego de poder, un juego político, de imposiciones, va a ser un caos. Hay que cautelar que están redactando algo para el pueblo de Chile. Eso es lo que no se tiene que olvidar. Si eso se tiene presente, todos nos sentiremos representados.

-¿Podrá curar nuestra herida como sociedad la Constitución?

-Yo creo que todas las sociedades tienen heridas, tú tienes heridas, yo tengo heridas, pero resulta que también va en uno querer cerrar estas heridas. Chile vivió varias heridas y se va ir haciendo justicia, todavía falta un acto, algo que tranquilice las almas. Este proceso constituyente es una parte de nuestra sanación de esta herida. Por eso es importante cómo se haga. Si lo hago de la rabia es una cosa, si lo hago del deseo honesto de sanar nuestra herida es otra cosa. No podemos seguir arrastrando la historia, todo lo que tenemos el presente. Cada vez que traigo al presente hechos dolorosos los vuelvo a revivir, también mis hijos, los hijos de mis hijos. ¿Quiero hacer eso?

-¿Cuál sería el paso inicial para que una persona se iniciara en la reflexión, pudiera resetear su psiquis?

-Hacerse una pregunta que invite a una tremenda reflexión que nos permita abrir la conciencia y mirar un poco más allá: ¿Me gusta cómo me estoy relacionando? Con mis hijos, mis compañeros de trabajo, con mi mujer. Verme a mí mismo en mí hacer. Dejar de buscar culpables de mi vida afuera.

Humberto Maturana y Ximena Dávila

Paidós

172 páginas

$13 mil

"Llega un virus y pone el mundo patas para arriba en todos los aspectos. No sé si nos ha quitado totalmente la arrogancia, pero nos ha tocado el ego".

¿Qué queremos?

Extracto del libro "La revolución reflexiva" Por Ximena Dávila y Humberto Maturana
E-mail Compartir

¿Es posible construir un vivir colaborativo, diferente al que nos imponen las comunidades de competencia? ¿De qué forma, si todo a nuestro alrededor parece regido por ellas? Eso requiere primero de un cambio en nuestra manera de pensar, lo que implica una transformación y ampliación de conciencia en la multidimensionalidad de los mundos que vivimos. Es urgente un reseteo psíquico que implique una reflexión muy seria sobre qué cosas querríamos seguir conservando en nuestro vivir y convivir social, y cuáles no queremos seguir conservando. ¿Qué estamos haciendo hoy que las seguimos conservando aunque no las queremos? ¿Cuáles son nuestras cegueras?

La gran herramienta que tenemos los seres humanos es la reflexión; ¿cómo estamos haciendo lo que estamos haciendo? ¿Me gusta cómo me estoy relacionando con las personas de mi familia o de mi trabajo? ¿Me gusta cómo me estoy relacionando conmigo mismo? ¿Hago lo que quiero hacer? Esas preguntas sencillas sobre nuestro vivir nos llevan a otro tema central: el escuchar. ¿Escucho a mis hijos, a las personas que me rodean? ¿Cuándo fue la última vez que conversé con mi compañero de trabajo? ¿Lo escuché a él o me escuché a mí mismo? ¿Converso con mi hijo o este solo me escucha hablar sobre las cosas que me importan a mí? Esas reflexiones nos dan claves sobre la pregunta de si queremos transformarnos o no. Si eso es lo que quiero, voy a intentar verme, voy a hurgar en mí y voy a buscar la manera, a través del descubrimiento de mi identidad, de resetear mi modo de pensar, mi modo de relacionarme, mi psiquis. Eso es lo que nos hace diferentes en el mundo natural: somos seres que vivimos en el lenguaje, que podemos reflexionar, y, al tener esa herramienta, tiene que importarnos lo que hacemos y dónde lo hacemos.

Pero esa extraordinaria capacidad de reflexión se puede volver inútil si no aprendemos desde niños a usarla y a escucharnos.

Por eso, es fundamental que aprendamos a respetar nuestras diferencias y a generar acuerdos tanto en las familias como en su extensión, los colegios. Los seres humanos requerimos de nuestro sistema nervioso para generar nuestras conductas, pero las conductas no ocurren en el sistema nervioso, ocurren en el espacio relacional.

Para poder reflexionar y aprender a hacerlo, tenemos que desearlo; así podremos crear un vivir centrado en el mutuo respeto, en el autocuidado y cuidado mutuo en la colaboración en familia, en los colegios y en la vida cotidiana. Los niños aprenden el vivir y el convivir que los mayores conviven, y de la manera en que nosotros, los mayores, somos con ellos y entre nosotros; escuchan si han sido escuchados. Una sociedad diferente podría levantarse sobre otro tipo de educación, una que cambie nuestra orientación relacional y donde nos escuchemos, conversemos y reflexionemos, respondiendo a sus preguntas, para que los niños y niñas se vayan transformando en la convivencia a medida que se hacen adultos, en un convivir espontáneo de colaboración y mutuo respeto, sin negarse en la competencia. Tenemos que reflexionar y preguntarnos: ¿cuál es mi modo de vivir? ¿Qué modo de vivir están aprendiendo mis hijos o mis alumnos?