En sus pocos años de vida, el Frente Amplio ha logrado atraer al servicio público a muchas personas jóvenes en una época en que parecía que a nadie le interesaba más que la economía y sus asuntos personales. Le dio épica a una generación que no encontraba razones para vivir. Hoy sientes que eres un protagonista de la historia y que dentro de unos pocos días podrás escribir unas páginas en blanco de las que saldrá un nuevo Chile.
Sin embargo, tu propuesta me produce ciertas inquietudes y quizá valga la pena que pierdas un par de minutos para conocerlas.
Lo primero que me preocupa es tu absoluta seguridad. ¿Nunca has pensado que pudieras estar equivocado, no en este u otro detalle, sino en las líneas maestras del proyecto que abrazas? El modo en que te informas no facilita que tengas una actitud diferente. Las redes sociales, con su dinámica propia, refuerzan cada una de tus ideas y te presentan a quienes piensan distinto como unos seres lejanos, absurdos, irracionales, fruto precisamente de ese pasado que corresponde eliminar.
Dime, con la mano en el corazón: ¿cuántos libros has leído de autores serios que se han enfrentado a los diagnósticos que te parecen inamovibles y han sometido a crítica las ideas que hoy abrazas con entusiasmo? ¿Cuántas veces, en el último tiempo, has reconocido que un adversario político tenía ciertas ideas que en realidad eran buenas y que no habías contemplado?
En eso tu líder ha mostrado mayor flexibilidad que tú, lo que parece incomodarte. Si no fuera él, lo habrías acusado de traición.
Esa infinita seguridad que tienes en ti mismo te lleva a conductas un tanto extrañas. Concretamente, utilizas varas muy distintas según tengas enfrente a un amigo o un enemigo. Si tu líder es objeto de acusaciones y admite que tuvo actitudes indebidas, tú lo celebras como un ejemplo de honestidad. Soy el primero en admitir que la gente puede arrepentirse y cambiar. Sin embargo, ¿qué dirías si tu adversario hubiese hecho exactamente lo mismo? Esa diferencia de trato no calza bien con la gran sensibilidad que muestras ante todo lo que suene a trato no igualitario.
El otro día escuchaba a un destacado miembro del comando de tu líder, que acusaba a Kast de "deshonestidad" por haber cambiado algunos puntos de su programa. Obviamente, eso lleva a cualquiera a plantearse algunas preguntas: ¿acaso uno no puede sacar lo malo de su programa y mejorarlo con buenas ideas de otros? Si es así, entonces el calificativo de deshonesto es totalmente injusto. Y si, para colmo, el propio Boric ha hecho lo mismo innumerables veces en el último tiempo, entonces esa doble medida resulta particularmente irritante. ¿No te hacen ningún ruido cosas como esta? Me dirás que siempre hay descriteriados en todas partes, gente irreflexiva e intolerante. Acepto tu respuesta, pero entonces esperaría de ti que fueras más cauto. Cuando veo que en las redes sociales repartes a diestra y siniestra toda suerte de calificativos como "fascista" o "extremista", no puedo dejar de asombrarme.
No me gusta cómo tratas a tus adversarios. No los presentas como gente que en este u otro punto (incluso muchos) está equivocada, sino como malas personas. Con eso te ahorras el trabajo de entregar más argumentos. No resulta muy tranquilizadora la perspectiva de ser gobernado por quienes consideran que, en realidad, uno no piensa, que no tiene razones, sino que sus ideas se explican sólo por maldad, fanatismo e intolerancia.
Tu desprecio por la economía es incomprensible. Ella no es todo, pero me parece grave pensar que es posible crecer a la vez que se ahuyenta la inversión, aumentar ilimitadamente el gasto fiscal sin dejar endeudadas a las generaciones futuras (lo que constituye una seria injusticia), o actuar como si la inflación no fuera un castigo para los más pobres.
No dudo de tu buena fe. Pero cuando en veinte años más te pregunten qué hiciste con el país, no será una excusa el afirmar que actuabas con buena intención.