De los muchos simbolismos que caracterizaron la ceremonia de cambio mando presidencial quiero destacar la figuración de la directora de ceremonial y protocolo de la cancillería, Manahi Pakarati. Ella, que acompañó al presidente Gabriel Boric en todo momento, capturando la atención inmediata de los medios, utilizó una bella vestimenta tradicional rapanui, pueblo del cual orgullosamente forma parte.
Se trató de una figuración para nada casual o anecdótica. No sería raro que el propio equipo comunicacional del mandatario lo haya diseñado a modo de poderosa señal de inclusión y de respeto a los pueblos originarios por parte del presidente Boric. El propio nombramiento de Pakarati, la única diplomática rapanui en el Servicio Exterior de Chile, nos habló de una mirada gubernamental distinta.
Huelga aclarar para los detractores del actual ascenso de los pueblos indígenas que Pakarati no llegó al cargo solo por ser rapanui. Se trata de una destacada profesional y diplomática de carrera, máster en Relaciones Internacionales de la Universidad Victoria de Wellington en Nueva Zelanda y ex cónsul de Chile en México y también en el país oceánico. Ha sido además diplomática multilateral ante la ONU en Nueva York, Estados Unidos. Pergaminos tiene y reconozcamos que de sobra.
Boric no es el primer mandatario que abraza con sus simbolismos el legado cultural de las primeras naciones. Lo mismo ha caracterizado la mundialmente aplaudida gestión de Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, y también la de su par Justin Trudeau en Canadá. Ambos, ya sea en sus nombramientos ministeriales, en su audaz agenda de legislaciones o bien en actos de reparación histórica, han buscado rendir tributo a los pueblos nativos que antecedieron el poblamiento europeo de sus países.
Ejemplo mundial fue el nombramiento en 2020 de la activista y líder maorí Nanaia Mahuta como ministra de Relaciones Exteriores de Nueva Zelanda. Su designación no solo rompió las históricas barreras para las mujeres indígenas en los asuntos internacionales, sino que también esbozó un ejemplo sorprendente de cómo puede ser un enfoque moderno de política exterior. Es el llamado "indigenous moment", el momento indígena que hoy estrenan avanzadas democracias en el mundo. La canciller de Nueva Zelanda, cuyo rostro tatuado proclama con orgullo al mundo su herencia maorí, ha declarado que su principal desafío es cómo incorporar los valores y la cosmovisión indígena en la política exterior de su país. Es decir, una diplomacia construida sobre valores comunitarios, respeto por la naturaleza y conexión con sus raíces. ¿Puede Chile aspirar a lo mismo? ¿Puede Chile aspirar, por ejemplo, a una política exterior con contenido y no centrada sólo en la firma de tratados comerciales?
La canciller de Nueva Zelanda, cuyo rostro tatuado proclama con orgullo al mundo su herencia maorí, ha declarado que su principal desafío es cómo incorporar los valores y la cosmovisión indígena en la política exterior de su país. Es decir, una diplomacia construida sobre valores comunitarios, respeto por la naturaleza y conexión con sus raíces. ¿Puede Chile aspirar a lo mismo? ¿Puede Chile aspirar, por ejemplo, a una política exterior con contenido y no centrada sólo en la firma de tratados comerciales?
Chile tiene tanto o más potencial que Nueva Zelanda para implementar el "momento indígena" en su diplomacia y también en su política interna. Es el camino que transita, no sin dificultad, la Convención Constitucional: situar a Chile y al nuevo estado plurinacional en el selecto club de países que reconocen, valoran y promueven ante el mundo su identidad originaria. Es lo que hace Nueva Zelanda, Canadá, Noruega y también los países vecinos de la región. Algunos no logran entenderlo. Hay quienes, anclados en visiones en extremo conservadoras del estado, la ciudadanía y la sociedad, acusan que abrazar las culturas indígenas trataría de un retroceso, de una involución. Ignoran que es todo lo contrario, un salto al futuro.
"Chile tiene tanto o más potencial que Nueva Zelanda para implementar el 'momento indígena' en su diplomacia y también en su política interna. Es el camino que transita, no sin dificultad, la Convención Constitucional".