El mes de agosto ha tenido un especial significado en mi relación con Temuco. El martes 2 de este mes, pero de 1983, volvía después de varios años alejado de la vida académica en Chile, a un aula universitaria. Y fue en Temuco, en la Universidad de La Frontera. En julio había postulado a un concurso público que logré ganar. Llegaba a Temuco cargado de esperanzas, sabiendo que me esperaba un arduo trabajo.
Los primeros años no fueron fáciles. Venía de tierras áridas y climas más acogedores. La lluvia y el frío me agobiaban. Pero hubo personas cuyo apoyo fue fundamental. Recuerdo con mucho afecto a la Decana de la Facultad de Educación, la Sra. Rudis Gaete, a mis colegas Elisa Pérez y Jorge Hernández, al Rector de aquellos años, don Juan Barrientos Vidaurre, quien puso todo de su parte para que superara las dificultades del momento. También a Pablo Muñoz e Iván Inostroza, los primeros alumnos en confiar en el profesor que llegaba a hacerse cargo de algunos cursos en la carrera de Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica. De un modo especial tengo una enorme gratitud con el antropólogo Arturo Leiva, autor del primer libro que publicamos en Ediciones Universidad de la Frontera, "Angol, 1862. El primer avance a la Araucanía". Su cuidadosa lectura y las largas conversaciones que tuvimos acerca de lo que había ocurrido en la región cuando llegó el Estado, me facilitaron el camino. Por último, El Diario Austral de Temuco, me abrió sus páginas para referirse a mi trabajo en la Universidad. Ese año 83, me cambió la vida y mi carrera de historiador.
Muchos años más tarde pude saldar en parte las deudas contraídas con Temuco y con quienes me apoyaron, al otorgarle a la Universidad de La Frontera el primer Premio Nacional. El lunes 26 de agosto de 2012 el Ministro Harald Beyer me comunicó telefónicamente que el jurado que discernía el Premio Nacional de Historia 2012 me lo había otorgado por unanimidad. En mis primeras declaraciones señalé algo que sigo repitiendo. Más que un premio al historiador, lo fue para la Universidad de La Frontera, para los colegas que me apoyaron, para quienes fueron mis alumnos y para una región que me mostró una historia que desconocía, marcada por conflictos que lamentablemente no logramos superar.
En agosto de este año, 2022, fortalecí de nuevo mis vínculos con Temuco. Ya instalado en la Universidad Católica de Temuco, surgieron nuevos amigos, estrechos colaboradores como Diego Benavente, Nicolás Figari y Rosemarie Junge, por mencionar algunos, y hace un par de días una empresa privada nos confirmó su apoyo financiero para un proyecto que aspira a valorar el aporte material de tres pueblos originarios de Chile: el atacameño, el diaguita y el mapuche. Nuestra única intención, inspirados en las palabras de los obispos Héctor Vargas y Esteban Fonseca, la de quienes nos apoyan económicamente, la del Rector Aliro Borquez, Isolde Reuque, Carmen Gloria Garbarini, José Quidel y mis nuevos colegas de la UCT, es acortar la asimetría que existe entre aquellos pueblos y el resto de la población del país, con el fin de contribuir, aunque sea con un grano de arena, a lograr una mejor relación entre quienes vivimos o trabajamos en una región tan diversa y hermosa. Por todo lo dicho solo caben dos palabras: ¡GRACIAS TEMUCO!
Jorge Pinto Rodríguez
Instituto Ta Iñ Pewan