Desafíos posplebiscito
En mi anterior columna analicé de manera crítica algunas de las posibles causas de la derrota del Apruebo. En simple, un proyecto constitucional progresista, alabado internacionalmente, pero con demasiados flancos abiertos. Dos de ellos, su carácter refundacional y maximalismo. Allí, en palabras de la filósofa Diana Aurenque, su mayor belleza ideológica y a la vez su mayor error estratégico: poner en la misma balanza derechos sociales de urgente necesidad con otros de vanguardia, pero poco atractivos para el ciudadano común.
De la misma forma y ante intentos por culpar al voto mapuche del triunfo del rechazo en Wallmapu, clarificamos también su real impacto en las elecciones, menor atendida nuestra condición de minoría demográfica en Araucanía y Biobío. Establecimos -siguiendo al politólogo José Marimán- que era mucho más adecuado hablar de un "voto regional de derecha" y no de un "voto mapuche de derecha" debido a nuestra condición de minoría electoral, dato desconocido para muchos.
Ello de ninguna manera implicaba negar la existencia de votación mapuche a favor del rechazo. Este voto claramente existió y fue favorecido por causas que habitualmente no se transparentan: la baja adhesión de la población mapuche a la "causa indígena" y el divorcio existente entre una élite dirigencial y académica -poseedora de un discurso altamente sofisticado y técnico- con las necesidades reales del votante mapuche de a pie. Nuevamente el maximalismo.
En esta columna pasaré de lo autoflagelante a lo propositivo. Quiero referirme a uno de los grandes desafíos que dejó en evidencia el plebiscito para los mapuche y la sociedad no indígena del sur del Biobío. Ello tanto por el conflicto violento que padecemos hace décadas -y que pide a gritos una resolución política y pacífica- como por el nuevo proceso constituyente en ciernes y donde no podemos quedar excluidos. Me refiero al desafío mapuche de la lucha político electoral.
Contrario a lo que se cree, la principal forma de participación política no ha sido para los mapuche el activismo reivindicativo. Lo ha sido más bien la militancia en partidos políticos de izquierda, centro y derecha, la adhesión también transversal a sus candidatos y una disciplinada participación en procesos electorales diversos. Este comportamiento cívico no es nuevo, es posible rastrear a la época de las grandes corporaciones y federaciones araucanistas del siglo XX -verdaderas fuerzas políticas- cuyos ocho diputados nos legaron obras y conquistas aún no superadas.
Esta vía político electoral mapuche fue transitada hasta el golpe militar, siendo retomada en los noventa y con relativo éxito a nivel de contiendas municipales: nueve alcaldes y una treintena de concejales en las últimas décadas han sido sus resultados. Atendidos estos antecedentes y con el plebiscito aún a la vista, ¿qué pareciera faltar en el pueblo mapuche para hacer más efectiva su lucha política y lograr mayor adhesión ciudadana a sus demandas?
Me atrevo a señalar que un instrumento político o un partido propio, al estilo del partido maorí de Nueva Zelanda, abierto además a los no indígenas. No hay para qué inventar la pólvora.
El Partido de la Tierra y la Identidad (1989) y el Partido Wallmapuwen (2005), con sus aciertos y errores, son dos valiosas experiencias previas. Lo relevante es que la participación electoral mapuche existe y, a diferencia de aquellos que proponen la confrontación con el Estado, constituye una tradición cuando menos centenaria en nuestra región.
"¿Qué pareciera faltar en el pueblo mapuche para hacer más efectiva su lucha política y lograr mayor adhesión ciudadana a sus demandas? Me atrevo a señalar que un instrumento político o un partido propio, al estilo del partido maorí de Nueva Zelanda".