Cuando estamos viviendo intensamente el verano, unos descansan y otros trabajan intensamente, recogiendo el fruto de sus trabajos.
Por eso valoramos el trabajo terminado cuando en el corazón se guarda el recuerdo de sudores y esperanzas. En campo se experimenta fuerza entre las manos. Abrir surcos, lanzar semillas, regar y anhelar lluvias nuevas, que en estos últimos años han sido muy escasas por la gran sequía que azota al mundo entero, por no tener la capacidad de cuidar la casa común. Todo esto se ha transformado en un dilema muy grande para la agricultura. Porque luchar por la falta de agua, hay que quitar abrojos, luchar contra parásitos incansables.
Y pasan las semanas y los meses. Quedan atrás fríos y tormentas, jornadas de sol, incendios que destruyen bosques y sembrados, se viven días inciertos. Pero la esperanza siempre está puesta en Dios.
Por fin, llega el tiempo para la cosecha. La semilla dio fruto. Crecieron plantas vigorosas. Las espigas ondean bajo el viento. Un campo fecundo ofrece una cosecha como pocas.
El tiempo de cosecha tiene un sabor especial para quien ha estado tantos días sobre el surco.
No es lo mismo masticar pan tierno sin haberlo trabajado que tomar entre las manos un pan cuando en el corazón se guarda el recuerdo de sudores y esperanzas.
Si la cosecha ha sido buena, surge de lo más íntimo del alma un canto de gratitud a Dios. Desde su mirada paterna, con su cariño incansable, nos permite nuevamente tener en la mesa los frutos de los campos, recogidos gracias a hombres y mujeres que, cerca o lejos, emprendieron ese difícil trabajo de la siembra.
La gratitud, si es completa, se convierte en fiesta compartida. Los frutos no son para unos pocos, sino para todos. Cientos de hombres y mujeres esperan, necesitan, manos amigas que comparten ese don inmenso de una nueva cosecha. La caridad es parte de ese inmenso río de bendiciones que viene de los cielos.
Es tiempo de cosechas y de acción de gracias, de bendiciones y de repartos. Si hay justicia y amplitud de miras, si hay generosidad y atención a los más pobres, este tiempo será una nueva ocasión para imitar la bondad del Dios que hace llover sobre buenos y malos (cf. Mt 5,44-48), que ofrece amor y alegría sin medida. Bendecido domingo.
Pbro. Juan Andrés Basly,
administrador diocesano, Diócesis San José de Temuco