Esta semana recibí una sorpresiva llamada desde Madrid, España. Se trataba de una red de historiadores, administradores de un popular sitio web sobre los Tercios Españoles, interesados en que viaje a exponer sobre mi adaptación del libro "Cautiverio Feliz". Especial interés tenían en el Tercio de Arauco, allí donde el joven capitán Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán prestaba servicios al momento de su captura en 1629. ¿Han oído ustedes hablar de aquella legendaria fuerza militar?
El Tercio de Arauco fue creado a comienzos del siglo XVII y era el símil local de los Tercios Españoles, célebres soldados que barrieron de los campos europeos a los enemigos de los monarcas hispanos. Los Tercios habían servido victoriosamente en Portugal, las Azores y el norte de África, y la "frontera araucana" en el Biobío fue su única destinación fuera de Europa. Hablamos del primer ejército permanente del continente y por ello es reconocido entre los historiadores españoles como "el ejército más antiguo de América".
Sucede que la conquista de Wallmapu se había vuelto para los gobernadores hispanos una empresa casi suicida. Durante décadas, desde la llegada de Pedro de Valdivia, los jefes españoles cayeron uno detrás de otro enfrentando a los mapuche. Fue la suerte que corrió el propio fundador de Chile en Tucapel (1553) a manos del Toqui Lautaro y también el gobernador Martín García Óñez de Loyola en Curalaba (1598). Tras la victoria de Curalaba -"desastre" le llama curiosamente la historia de Chile-, vino la debacle española: un devastador levantamiento liderado por el Toqui Pelantaro destruyó en el lapso de dos años las siete ciudades españolas al sur del Biobío. Entre ellas Angol, La Imperial, Villarrica, Osorno y Valdivia.
Bien pudo ser el fin de la Conquista de Chile.
No fue así. Madrid, atendiendo la gravedad de lo sucedido, decidió enviar a Chile a un hombre considerado clave: el militar y conquistador Alonso de Ribera. Se trataba de un veterano de mil batallas, un soldado "temerario" y "autoritario" según lo describe Diego Barros Arana. Natural de Úbeda, sumaba más de veinte años de combates a sus espaldas en Europa, incluida la guerra de Flandes, Italia y tres campañas en Francia que lo hicieron merecedor de comandar un Tercio Español de dos mil quinientos hombres.
Ribera arribó a Concepción -la capital militar de Chile- en febrero del año 1601. Nada más llegar vio que todo era un desastre. Cuentan que quedó espantado por los soldados a su disposición, "milicia ciega sin determinación, insuficiente para ganar", según escribió. Lo primero que hizo fue levantar una cadena de fuertes en la frontera del río Biobío. Lo segundo, obtener recursos del Virreinato del Perú con un impuesto llamado el Real Situado. También reclutó veteranos de las guerras europeas quienes le ayudaron a entrenar el ejército y disciplinarlo.
El resultado fue un ejército profesional y remunerado que si bien le permitió contener en la frontera los constantes levantamientos mapuche, nunca lograría el objetivo principal de la Corona: conquistar Wallmapu y refundar las siete ciudades españolas destruidas en Curalaba. Todo lo contrario. En su segundo mandato como gobernador a Ribera le correspondió implementar la llamada "guerra defensiva" propuesta al rey Felipe III por el padre Luis de Valdivia. Esta estrategia fue la antesala de la rendición española de Quilín acontecida en 1641, allí donde la Corona reconoció la independencia de los mapuche. Pero eso ya es otra historia.
"Ribera arribó a Concepción -la capital militar de Chile- en febrero del año 1601. Nada más llegar vio que todo era un desastre. Cuentan que quedó espantado por los soldados a su disposición (...)".