No debiera ser difícil hablar del doctor Rojo, pues él siempre allanó las instancias de encuentro, sea en los pasillos de un hospital o clínica, en su consulta, o en una avenida de este su Temuco adoptivo desde los años 60.
Siempre fue fácil comunicarse con él, saludarlo, cruzar palabras de especial cordialidad, de gran humanidad. Su lenguaje cuidado, recto, correcto, pero pleno de fraternidad, de inconfundible interés en el prójimo, no solo para comunicar de manera fácil, pedagógica, aquello que podría ser de entrabados tecnicismos, que de no ser posible esa comprensión, insistía en la comunicación total. Luego, la despedida, cordial, qué digo, extendía con sus palabras y gestos, su corazón, el que compartía con sus semejantes, literalmente.
Son miles, suman miles y miles, quienes supieron de su empatía, de su proactividad, de su humanidad, de su cercanía. No importaba si vestía su delantal, portaba su estetoscopio o, iba de civil. Entre esos miles, sus amigos de profesión, sus colaboradores, sus asistentes, sus alumnos de Medicina (al menos, 35 o 36 generaciones), sus pacientes, y tantos, pero tantos que recibieron su ayuda magistral al traerlos a la vida. Todos ellos, muchos quizás silentes beneficiarios de esa ayuda experta, profesional, no lo tienen en su memoria, aunque sus madres, sí, pues depositaron toda su confianza tanto en la asistencia preparatoria de sus nacimientos, como en la crucial llegada a la vida. Los primeros ya alcanzan sus propios casi sesenta años de vida.
"Yo quise ser ginecoobstetra por esto de ayudar a la mujer a traer vida al mundo". Así se expresaba en una entrevista publicada en El Diario Austral de Temuco, hace unos años. A confesión de partes, relevo de pruebas. Así era el doctor Rojo, llano, sencillo, de natural franqueza. En esta confesión, se representa el culmen de su decálogo de vida, un servidor, quien toda su vida la consagró al servicio del prójimo, en todas sus facetas. Comprometido con el servicio, el profesional, el académico, el de prestación de servicios humanitarios, en Rotary Club, y en el ministerio laical, de su querida parroquia Nuestra Señora de Lourdes.
No hay quien no advirtiera su presencia distinguida.
Querendón de su familia, de su esposa Sonia, de sus cuatro hijos, de sus siete nietos y un bisnieto.
Nuevamente hago otra referencia a una entrevista en El Diario Austral de Temuco. Le preguntan: "¿Qué otras situaciones especiales vivió, usted, mientras atendía a sus pacientes?
- …Fue especial atender partos de mujeres que se habían tratado por problemas de fertilidad; los partos de mis siete nietos son muy especiales para mí. Lo otro, desde el punto de vista personal y anecdotario, es cuando una persona se te acerca, te saluda y dice, 'usted me trajo al mundo', o que una mujer mayor te bese las manos y diga: 'usted me salvó la vida'. Esas cosas te hacen decir, gracias a Dios, que me recibí de médico."
Dios siempre presente en su vida, el doctor Rojo era agradecido de Dios, pues para él, sí, tenía especial sentido ser hijo de Dios Padre.
Felizmente, recibió esos reconocimientos personalizados, plenos de humanidad, y también los recibió en la academia, en el servicio público de su trabajo profesional, en el servicio humanitario de Rotary y, el año 2022, fue designado Ciudadano Destacado de la ciudad de Temuco.
En lo personal, lo conocimos Elsa y yo, el año 1975, en la espera de nuestro primer hijo, Rodrigo Andrés y, luego, en la llegada de nuestro segundo hijo, Pablo Antonio. Desde ahí, siempre, sostuvimos una sincera amistad, palabras de especial encomio que iban y venían hasta no pocas semanas. ¡Gracias, doc!
Ese es el doctor Rojo, así era. Falleció la noche de este sábado 16 de septiembre de 2023.
¡Gracias, Juan Antonio Rojo Echeverría! ¡Adiós!
Raúl Caamaño Matamala,