Columna desde Oslo
¿Cuál es el mayor orgullo de Noruega? Pregunto a mi anfitrión mientras cenamos salmón en la terraza de su departamento ubicado en el bello barrio de Vålerenga, al este de Oslo. No, ya no son los salmones, me aclara sonriendo. "Hoy el mayor orgullo nacional es Erling Haaland", comenta. No se equivoca. Todo en Oslo gira en torno a la figura del hábil delantero del Manchester City, la nueva joya del fútbol mundial. Su imagen vende desde ropa deportiva a seguros de vida, desde bienes raíces a souvenirs para turistas. Es el nuevo héroe nacional y razones créanme que sobran. A sus 23 años ya ha sido campeón de la Premier League, FA Cup, Champions League y Supercopa de Europa, además de nominado por la FIFA -junto a Messi- al premio The Best.
Curioso caso el de los noruegos. Junto a Haaland, solo Ole Gunnar Solskjaer, figura del Manchester United en la década de los noventa, ha destacado en serio a nivel mundial. Dos jugadores en tres décadas y con suerte. Lejos, muy lejos de lo que sucede en el hielo y la nieve donde lideran hace años el medallero de los Juegos Olímpicos de Invierno. Sí, a los noruegos les gusta el fútbol, aunque al fútbol pareciera no gustarle mucho los noruegos. Pero esto último poco y nada pareciera quitarles el sueño. Estadios y canchas de fútbol viven repletas. Ya lo dice la letra de su himno nacional: No somos muchos, pero somos los suficientes. Y vaya si tienen razón: son apenas 5,3 millones de habitantes, menos que la población de Santiago.
¿Y cuál es la mayor vergüenza?, pregunto a continuación. "Lo que hicieron con el pueblo sami", responde mi amigo, sin dudarlo. Los sami son el último pueblo indígena que habita en Europa. Lo hace en Noruega, Finlandia, Suecia y noroeste de Rusia, y su población se calcula en 100 mil habitantes. Mal llamados lapones, un término despectivo, durante siglos fueron víctimas de discriminación y violaciones de sus derechos humanos, incluyendo la conversión forzada al cristianismo, segregación escolar y un ataque racista a su lengua e identidad cultural. No pocos hablan de un genocidio producto de las esterilizaciones forzadas a que fueron sometidas las mujeres de dicho pueblo en la década de 1920. "En los internados escolares los niños eran obligados a olvidar su idioma y sus costumbres, debían volverse noruegos, suecos, finlandeses", comenta mi anfitrión.
Reconocidos en Noruega desde 1989 y con un parlamento propio de 39 representantes electos, los sami han debido batallar para que sus derechos sean respetados y su historia de abusos reparada. Un paso en esa dirección la dio el propio Estado en junio del presente año, al presentar el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación sobre cómo se trató a las minorías en Noruega. Nombrada en 2018, trabajó cinco años en un estudio histórico de la política estatal, examinó los efectos del colonialismo cultural y lingüístico, y propuso medidas de reparación. El informe completo, por más de treinta horas, se leyó en voz alta en el Teatro Nacional de Oslo, ceremonia transmitida en vivo por la televisión y la radio pública. Conmovió a todos. "Puede resultar tentador y más agradable mirar hacia otro lado, pero no podemos permitirnos huir de lo desagradable y vergonzoso de nuestra historia", señaló la presidenta del Parlamento Sami, Silje Karine Muotka.
Hacerse cargo de los horrores del pasado para sanar las heridas del presente y así proyectar, como Estado, un mejor futuro para todos sus ciudadanos. Es lo que nos enseñan desde estas tierras.