Don Rigoberto es uno de los feriantes más antiguos de Temuco en la actualidad. Llegó a la Feria Pinto en 1954, cuando tenía menos de 20 años, y hoy ya está en los 88, "pero firme como un roble", asegura entre risas, mientras atiende su puesto.
Rigoberto Soto Morales es oriundo de Pitrufquén, del sector Los Galpones, que queda a 12 kilómetros del centro urbano, y llegó a Temuco y a la feria, "porque quería conocer la ciudad".
"Es que yo conocía sólo Pitrufquén y había visto que vendían frutas y verduras en la estación del tren, así es que me las ingenié y como en el campo las manzanas se perdían, porque muchas caían a la pampa y ahí quedaban, busqué un saco, lo llené, me lo eché al hombro y a pata pelá, como era en esos tiempos, me fui a la estación a vender", rememora.
Después y ya con algunos pesos, "me fijé que algunos vendedores se subían con sus sacos al tren y se iban para el norte (Temuco), así que los seguí y llegué a la Feria Pinto", señala el feriante y agrega que "en ese tiempo, aunque la feria ya llevaba muchos años, en el lugar al que yo llegué y que hoy es el bandejón N° 1, había unos 40 o 50 puestos, nomás. Unos pocos árboles, unas carretas y algunas carpas para cubrirse de la lluvia, era todo lo que existía, así que uno se 'ganaba' cerca de los que ya estaban vendiendo y ofrecía su mercadería. Después, de a poquito, comenzaban a uno integrarlo. Así empezó mi historia en la feria".
El tren
Casi todos los que vendían venían de fuera de Temuco y habían llegado en el tren, recuerda don Rigoberto. "Eso lo supe cuando ya llevaba algunas semanas en la feria. Había personas de Carahue, Lautaro, Villarrica y otras de Pitrufquén. De primera, tenía que ir al campo a buscar mercadería, así que empecé a traer de dos o tres sacos, para poder quedarme más días. Después supe que había personas que vendían al por mayor, así que uno les compraba y revendía; ahí ya me fui quedando en Temuco".
Don Rigoberto señala que "también la gente traía animalitos para vender, pero había que carnearlos y muchos sabíamos hacerlo, porque éramos del campo, así que los corderos o los chivos, se colgaban en los árboles y se carneaban ahí mismo, para luego venderlos por piezas".
Hijas del trabajo
Don Rigoberto recuerda que "en esos años, la feria había que cerrarla a las dos de la tarde, porque si no nos multaban y aunque reclamábamos, no nos escuchaban mucho, porque no estábamos organizados. Pero las mujeres sí tenían un sindicato, que se llamaba "Las hijas del Trabajo" y tenían hasta su sede, así que ellas nos empezaron a ayudar; nos prestaban su local, claro que había que pagar y dejarlo limpio, y empezamos a hacer las reuniones y también formamos nuestro sindicato; ahí cambió la cosa y se logró cerrar más tarde, por lo que vendíamos más".
"Hoy día es distinto", comenta. "La Feria Pinto es una de las más importantes y grandes del país, tiene muchos más puestos y está organizada, pero eso igual ha hecho que llegue mucha gente que viene a vender y no tiene permisos ni nada, así que le hemos pedido al municipio que nos ayude".
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"También la gente traía animalitos para vender, pero había que carnearlos y muchos sabíamos hacerlo, porque éramos del campo".
Rigoberto Soto,, feriante de 88 años