Verano es sinónimo de vacaciones y de descanso. Es necesario tomarse un tiempo de reposo sobre todo cuando se lleva una vida sometida a horarios poco humanos, a ambientes de fuerte competencia y a la permanente sensación de inseguridad. Pensemos especialmente en grandes ciudades como Santiago, pero también en nuestra realidad local, aunque a menor escala.
El descanso es esencial para la persona. Está dentro de nuestros genes tener que dormir más o menos un tercio de nuestra jornada.
También debemos hacer breves intervalos en medio de las actividades. Aunque nuestro trabajo fuese siempre reconfortante, de todos modos debemos tomarnos un tiempo para descansar.
En la Biblia se da la primera legislación social respecto al derecho del trabajador a descansar. Hoy nos parece algo obvio.
Pero hasta hace poco, este derecho sólo se daba en el ámbito judeocristiano. Esto es así, porque del relato de la creación se desprende la verdad de que todo está referido a Dios. Todos los días son de Dios. También lo es el trabajo. El descanso tiene muchos sentidos.
Pero para que éste no se desvirtúe, no se deshumanice, es necesario conservar su sentido principal: se descansa para reconocer a Dios como origen de todo bien, agradecerle y rendirle el culto merecido.
El descanso, en nuestro caso el de las vacaciones, es para tener el tiempo de volver la mirada al Señor y recordar nuestra dependencia de Él. Y también procurar descansar en Dios.
En cambio, si se entendiesen las vacaciones como una especie de paréntesis en la vida, tiempo para permitirse todo tipo de excesos, ciertamente no habrá un verdadero descanso humano.
Las consecuencias de unas mal entendidas vacaciones es que en el fondo no se descansa, incluso aumenta el desajuste interior, la amargura y la agresividad hacia los demás. Nunca debemos olvidar que nuestra alegría es el Señor.
Parafraseando a Jesús, hay que decir que no es el hombre para el descanso, sino que el descanso es para el hombre (ver Mc 2,27). Descansar no es gastar el dinero que no se tiene, ni satisfacer caprichos o, peor aún, justificar acciones contrarias a la verdad y al bien. Se descansa para crecer en humanidad. Es por ello que, volviendo a parafrasear, Cristo es el Señor del descanso (ver Mc 2,28).
El verdadero descanso es sólo posible si es en el Señor, según su amor en obediencia a su Palabra. En caso contrario, nos dice Él: "No han de entrar en mi descanso" (Sal 95,11). El hombre está hecho para el descanso, para el eterno reposo del Cielo, que será plenitud de alegría y de paz.
En la Tierra estamos siempre comenzando algo, desarrollándolo o concluyéndolo. Al dar inicio a nuestras vacaciones ya se tiene la fecha de su término. Esta realidad nos habla de la eternidad, comienzo del bienaventurado descanso que no tendrá ocaso.
monseñor Francisco Javier Stegmeier,
obispo de la Diócesis de Villarrica.