La Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana expone una lista de casos en los que, en la actualidad, un gran número de personas experimenta cómo su dignidad es gravemente pasada a llevar. La otra cara de la moneda de esta realidad es que hay también muchas personas e instituciones culpables -por acción u omisión- de la violación de los derechos humanos.
Esta lista no es exhaustiva ni excluyente. Por eso es necesario entender el principio fundamental que explica la dignidad de toda persona. El documento señala que ese fundamento es "ontológico", es decir, hunde en lo más profundo del ser humano en cuanto miembro de la especie humana desde la misma concepción.
La dignidad ontológica "corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios. Esta dignidad no puede ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que pueden encontrarse los individuos" (7).
San Juan Pablo II hablaba de la universalidad e inmutabilidad de las normas morales: "Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales" (VS 96).
El Papa Benedicto XVI afirmaba que los derechos humanos "se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones" (Discurso en la ONU, 18.04.2008).
"El Papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti, ha querido subrayar con particular insistencia que esta dignidad existe «más allá de toda circunstancia», invitando a todos a defenderla en cada contexto cultural, en cada momento de la existencia de una persona, independientemente de cualquier deficiencia física, psicológica, social o incluso moral. En este sentido, la Declaración se esfuerza por mostrar que estamos ante una verdad universal, que todos estamos llamados a reconocer, como condición fundamental para que nuestras sociedades sean verdaderamente justas, pacíficas, sanas y, en definitiva, auténticamente humanas" (Presentación).
La Declaración insiste en que el respeto de los derechos humanos se ha de dar en toda "circunstancia". Es por ello que tienen los mismos derechos un niño por nacer y el ya nacido, el anciano sano y el enfermo en condiciones críticas o terminales.
Pero no se trata sólo de que yo respete la dignidad de los otros, sino que la verdad ontológica de la persona me obliga a respetar mi propia dignidad. Es el caso de la maternidad subrogada, el suicidio asistido y el cambio de sexo. No porque una decisión personal sea sobre uno mismo no podría ser un atentado contra los propios derechos humanos.