Se estima que en Chile son casi 2,2 millones las personas que se identifican y se sienten con permanencia a alguno de los pueblos originarios de Chile. Son al menos nueve las comunidades más representativas: la mapuche es la mayoritaria, a la que se suman aymaras, quechuas, atacameños, coyas, rapanuis y kawéskar, entre otros.

En Chile, según el Censo de Población y Vivienda de 2017, las personas que se consideran pertenecientes a un pueblo indígena u originario, efectivamente censadas, corresponden a un total de 2.185.279. De este total, 1.745.147 (79,8%) pertenecen al pueblo mapuche; 56.754 (7,2%) al aymara; 88.474 (4,1%) al diaguita; 33.868 (1,5%) al quechua; 30.369 (1,4%) al lican antai o atacameño; 20.744 (0,9%) al pueblo colla; 9.399 (0,4%) al rapa nui; 3.448 (0,1%) al kawéskar; y 1.600 (0,1%) al yagán o yámana. Además, ese último Censo consignó que 28.115 personas, correspondientes a un 1,3% del total de la población que se percibe indígena, se identifica con otros pueblos y 67.874 personas, es decir, un 3,1%, se considera perteneciente a un pueblo ignorado.

La literatura nacional sobre los pueblos originarios en Chile coincide en señalar la existencia de diversos pueblos distribuidos en el territorio que ocupó y actualmente ocupa Chile, quienes se desenvuelven de forma relativamente autónoma. Sin embargo, se observa un conjunto importante de relaciones con los pueblos vecinos y con quienes vivían distantes.

Con ocasión de celebrarse la semana pasada el Día Nacional de los Pueblos Originarios, es importante recordar la importancia de valorar y respetar la diversidad cultural de Chile.

¿De dónde vienen las guerras, los conflictos y las peleas entre ustedes? El que formula esta pregunta no es un político, un estadista, o un sociólogo; Santiago es un hombre sencillo y práctico y cuando él pregunta, también nos da la respuesta: "…pues de los malos deseos que siempre están luchando en su interior. Ustedes quieren algo, y no lo abstienen; matan, sienten envidia de alguna cosa, y como no lo pueden conseguir luchan y se hacen la guerra" (Santiago 4:1-2). En los últimos años y especialmente en estos últimos meses hemos sido testigo de una violencia inusual tanto en nuestro país como en nuestra región. Como cristianos nos manifestamos en contra de la violencia social, alineándonos con los principios del evangelio que promueven la paz, la justicia y la resolución pacífica de los conflictos. Consideramos la violencia, en todas sus formas, como una violación a la dignidad humana y contraria al mandato de amar al prójimo. La Palabra de Dios nos ofrece numerosas enseñanzas sobre la violencia. Por ejemplo, en el Sermón del Monte, Jesús dijo: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9). Esta enseñanza subraya la importancia de trabajar activamente por la paz y la reconciliación. También, Jesús insta a sus seguidores a "poner la otra mejilla" (Mateo 5:39), promoviendo de esta manera una respuesta no violenta a la agresión. Por lo anterior como cristianos condenamos la violencia como un medio para resolver disputas y abogamos por soluciones basadas en el diálogo, la justicia social y el respeto mutuo. También creemos que la raíz de muchos conflictos sociales radica en la injusticia y la desigualdad, por lo que la promoción de una sociedad más justa y equitativa es fundamental para erradicar la violencia. Jesús y el evangelio nos llaman a ser agentes de paz en nuestras comunidades; para ello la vida y el ministerio de Jesús deben servirnos como modelo para nosotros los cristianos, instándonos a luchar en contra de la injusticia y la opresión de manera no violenta.

La Paz y la reconciliación es un tema central en el Nuevo Testamento, donde se enfatiza que Cristo vino a reconciliar al mundo consigo mismo y a los seres humanos entre sí (2 Corintios 5:18-19). Esta teología de la paz no solo rechaza la violencia, sino que también propone un enfoque activo en la creación de condiciones que promuevan la paz y la justicia.

La violencia es incompatible con los valores cristianos de amor, justicia y paz. Es por ello que debemos continuar trabajando por un mundo donde prevalezca la dignidad humana y se erradique la violencia. Inspirados por el ejemplo de Jesús, estamos llamados a ser constructores de paz en un mundo plagado de conflictos y divisiones.

Reverendo Joel Millanguir Ancavil,

obispo Iglesia Anglicana de la Diócesis

de La Araucanía,