La Biblia dice: "Jehová empobrece, y Él enriquece; abate y ensalza" (1a Samuel 2:7). Esta puede ser perfectamente la síntesis de lo que fue la historia de una de las más grandes mujeres de la Biblia. Ana vivió en un tiempo en donde socialmente la situación en Israel era deplorable, la situación política similar como en nuestros tiempos, miserable con escándalos de todo tipo y lo peor es que vamos por más, y qué decir de la situación espiritual, paupérrima. Sin embargo Ana, siendo estéril, llegó a ser madre por fe. Después de esto su nombre no es mencionado otra vez. Por tanto, la revelación de Dios ya no se expresa en Ana, sino en Samuel, el hijo que ella pidió al Señor.
No se puede decir que el marido de Ana ejercía una influencia positiva en su esposa. No cabe duda de que era un buen hombre. Iba a Silo a adorar en el santuario cada año, y amaba a Ana. Para Elcana el problema de Ana era su esterilidad. Y lo enfocaba desde un punto estrictamente psicológico: "Ana, ¿por qué lloras?... ¿No te soy yo mejor que diez hijos?". No vemos en parte alguna que tuviera una fe firme. Se resignaba fácilmente a la condición de Ana. No participaba en la lucha de la oración con Dios. Por otra parte, Ana tenía una concepción clara de que Dios podía concederle un hijo.
Nuestra generación tiende a confiar en la ciencia en circunstancias similares, olvidando que es Dios quien rige los destinos de los hombres. Para Ana todo se reducía a un problema de fe. El hijo tenía que serle dado por Dios.
Este era un momento decisivo en la historia de su pueblo. En su espera prolongada vemos que Dios está preparando a Ana para su decisiva contribución a la vida de Samuel. En su tribulación, Ana se rinde por completo a la confianza de Dios. Su fe firme es que Dios puede convertirla en madre. Podemos llamarle intuición, podemos llamarlo inspiración divina, pero había algo que instigaba a Ana, que la hacía persistir. No se contentaba sin el hijo. Se desentendía de todo lo que la rodeaba, incluso de la irritación, que le causaba Penina, que tenía varios hijos, no daba mucho valor a la consolación que le prodigaba su esposo; su mirada estaba fija sólo en Dios.
La petición fue contestada. El Señor le dio a Samuel y en Israel todo cambió, de hecho nunca más se levantó un líder como él. Como es natural, no toda madre está dispuesta a entregar a su hijo a Dios en el momento de nacer. Pero como Ana, tienen que reconocer que Dios es el que da los hijos. Cuando se hace este reconocimiento las madres están dispuestas a dedicar a sus hijos al Señor y a enseñarles a temer a Dios.
Pastor presbítero Pablo Pinto Salamanca,
vicepresidente Consejo Regional de Pastores Evangélicos de La Araucanía