Este miércoles 5 de marzo se da inicio a la Cuaresma, santo tiempo de gracia y de conversión. Lo más característico de este día es la ceniza, elaborada con los ramos bendecidos el año anterior en el Domingo de Ramos.
El "Miércoles de ceniza" abre la puerta a cuarenta días de oración, escucha de la Palabra de Dios, asiduidad en la confesión sacramental, la penitencia y la peregrinación a los templos designados para recibir el don de la indulgencia en este Año Jubilar.
El tiempo de Cuaresma nos habla de nuestra realidad de pecadores, de nuestra debilidad y de la incapacidad de amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Pero también nos habla de la infinita misericordia del Padre que viene en nuestra ayuda, pues "Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Col 1,13-14).
El tiempo cuaresmal es un camino que hacemos juntos todos los fieles hacia la Pascua de Cristo, con la esperanza de participar de la alegría de su Resurrección, triunfo definitivo sobre todo mal, sobre el pecado y la muerte. En Cristo es posible tener vida eterna. Esta es la gran promesa de su Corazón.
El Papa Francisco, por cuya salud seguimos rezando insistentemente, envió a la Iglesia un mensaje para esta Cuaresma, destacando tres acentuaciones para este Año del Jubileo del aniversario número 2025 del nacimiento de Jesucristo.
Lo primero es "caminar", en consonancia con el lema del Jubileo: "Peregrinos de esperanza". "Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida". ¿Estamos realmente en camino de conversión hacia Cristo, como peregrinos hacia la casa del Padre? Se nos invita a dejarnos interpelar por la presencia entre nosotros de inmigrantes y peregrinos.
Lo segundo, "hagamos este viaje juntos", pues "el Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos". Por el nacimiento nuevo del agua y del Espíritu Santo, somos todos hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo, formando una sola familia. Hemos de ayudarnos a caminar para alcanzar la meta de la vida eterna.
Lo tercero, "recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa". El mensaje central del Jubileo es que la esperanza no defrauda (ver Rm 5,5). El fundamento de nuestra esperanza es Cristo Resucitado, vencedor del pecado y la muerte. Es por ello que podemos confiarnos con toda seguridad en el amor y el poder del Señor. En definitiva, Él es el único que puede cumplir plenamente sus promesas, la principal de las cuales es tener vida eterna. Pidamos la gracia, sobre todo, de que nuestra conversión este año sea crecer en la esperanza.
Monseñor Francisco Javier Stegmeier,
obispo Diócesis de Villarrica