Un libro de Thomas Mann concluye no con un feliz final, sino con la tragedia de una cruel guerra. La conclusión es una pregunta: "¿Será posible que, de esta bacanal de la muerte, que también de esta aborrecible fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor?".
A esta pregunta, los cristianos respondemos afirmativamente: surgirá el amor, "porque Dios es amor" (1 Jn 4,8). Es verdad que la historia humana está traspasada por el odio y el egoísmo. Hacia donde se mire hay divisiones y guerras. Gran parte del sufrimiento es causado por el mismo hombre. A veces auto infligido, pero siempre infligido a otros. Una madre sufre por los efectos de la droga que su hijo, por propia iniciativa, comenzó a consumir y ahora no puede dejar. Él es responsable de su propio sufrimiento, pero también es responsable del sufrimiento de ella.
La respuesta de Dios al mal ocasionado por el hombre es el amor. La respuesta del amor de Dios a nuestro pecado es Jesucristo. En efecto, "tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo único" (Jn 3,16). El Señor es quien ama a sus enemigos, hace el bien a los que lo aborrecen, bendice a los que lo maldicen y ora por los que lo calumnian (ver Lc 6,27-28).
El tiempo de cuaresma nos da la gracia de ver con la lucidez de la fe la realidad de los nefastos efectos del pecado. Lo que acontece no es fruto de un destino ciego. Tampoco se puede explicar solo recurriendo a la ignorancia, la incultura, la debilidad psicológica o estructuras sociales injustas. El mal del mundo hunde sus raíces en el corazón del hombre. El mal uso de la libertad es la razón última del mal. Jesús nos dice: "Del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias" (Mt 15,19).
Pero Cuaresma también es el tiempo de la gracia que nos ilumina para comprender que la sobreabundancia del amor misericordioso de Cristo vence el desamor, el egoísmo y el odio. Con los méritos de su Pasión, Muerte y Resurrección, Jesucristo renueva el corazón haciéndonos nacer hijos de Dios en el bautismo, "pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rm 5,5).
En la historia se han dado tiempos y lugares especialmente inhumanos por culpa de los humanos. Recordemos, entre otros, los Gulag soviéticos y los campos de concentración nazis. En medio del aparente triunfo del odio y del mal, finalmente triunfa aquel que pone toda su confianza en el amor de Cristo. Es el caso del mártir del nazismo, San Maximiliano María Kolbe. Al ser detenido para luego morir asesinado en un campo de concentración, se despide de sus compañeros: "No olviden el amor". Su ejemplo muestra que el amor tiene la última palabra.
Monseñor Francisco Javier Stegmeier,
obispo de la Diócesis de Villarrica