La semana recién pasada se inició con la noticia menos esperada, aquella que los católicos no queríamos escuchar, a pesar que desde hace algún tiempo se sabía la fragilidad de su salud. No fue un fake news, era un hecho que golpeaba fuerte. Es la madrugada del lunes, el Papa Francisco, a pocas horas de impartir su bendición del Domingo de Resurrección, inicia su Pascua al encuentro de Jesús, a quien tanto amó, brindándole su vida, trabajo y dolor hasta el último aliento. Aquel sacerdote latino, ungido como obispo en el sur del mundo, que sabía de la pobreza y del dolor humano, irrumpía en Roma, con naturalidad, alegría y simpleza, irradiando una renovada esperanza. Llegó con convicciones profundas sobre la necesidad de torcer aquellos rumbos, que atentan contra los designios de Dios para la humanidad, y sellan el despojo, las injusticias, el descarte o la marginalidad constante.
Es notable como sus mensajes en las cuatro encíclicas- Lumen Fidei "Sobre la Fe", Laudato Sí "El cuidado de la casa común", Fratelli Tutti "Fraternidad y amistad social", Dilexit nos "Nos amó", sobre el amor humano y divino del corazón de Cristo - como sus catequesis diarias, reflejaban su misión, cargada de amor para con todos, llamando incesantemente a construir la esquiva fraternidad universal, así como a hacernos responsables de la casa común, que es más que un espacio habitable, es nuestra "hermana", maltratada por unos y venerada por otros.
Mari mari" "Küme tünngün ta niemün" Buenos días, "la paz esté con ustedes". La Araucanía contó con el privilegio de su visita en enero de 2018. Su saludo fue más que una formalidad, trasmitió un mensaje con un profundo anhelo de fraternidad que sigue estando vigente. Su mensaje fue contextualizado, se situó en nuestra realidad. Al saludar en lengua originaria destacó su composición multicultural, relevando la presencia mapuche, recordando con el cantar de Violeta Parra la historia de injusticias que le ha acompañado. Junto con ello, con un acto de la memoria histórica reciente, recordó los hechos de violaciones de derechos humanos de tantos hermanos, que sufrieron vejámenes en el lugar en que se producía el encuentro, entre ellos uno de nuestros sacerdotes.
Hoy, cuando en nuestro país se busca avanzar hacia un nuevo pacto de mejor entendimiento para dar pasos hacia una interculturalidad fraterna, no puedo dejar de poner sobre la mesa estos tres mensajes que emanaron con fuerza en su visita: "La unidad no es un arte de escritorio, sino de escucha y reconocimiento"; "hay que evitar acuerdos bellos que nunca se concretan" y "rechazar la violencia que termina volviendo mentirosa la causa más justa".
En este año especial, en que Francisco nos invitó a ser "peregrinos de esperanza", yo les propongo releer la realidad regional con el prisma de la escucha y observación atenta, asumiendo compromisos que se concreten para equilibrar la justicia, y distinguiendo que el anhelo del pueblo mapuche no es la violencia, es su reconocimiento, respeto a su identidad, dignidad y cultura.
Monseñor Jorge Concha Cayuqueo,
obispo de la Diócesis San José de Temuco