Jesucristo quiso que su Iglesia tuviese una piedra visible. La primera piedra fue Simón, hijo de Jonás. Por eso, el Señor cambió su nombre por "Cefas", palabra aramea que se traduce al griego por "Petros". Literalmente significa "piedra". Nosotros lo hemos castellanizado por "Pedro": "Tú eres «Piedra» (Cefas) y sobre esta piedra (cefas) edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18).
La Iglesia, que permanecerá en este mundo hasta el final de los tiempos (ver Mt 28,20), ha tenido siempre una "piedra" en los sucesores de Pedro. Los primeros fueron Lino, Cleto, Clemente. Los últimos ya los conocemos: Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco. Hoy nos alegramos por contar con el Papa número 267, León XIV.
Cada una de estas piedras visibles de la Iglesia han aportado según sus propios carismas y talentos. Algunos han sido santos y obedientes a la voluntad del Señor. Otros han sido indignos. Pero todos han sido fieles a lo específico del ministerio encomendado por el Señor, mantener la fe: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribarlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22,31-32).
Jesucristo eligió como primer Papa, como "piedra", paradójicamente a un hombre que demostró ser débil, cobarde y veleidoso. El Señor no se equivocó con Pedro. Al contrario, nos quiere mostrar que el ministerio "petrino" va más allá de la persona concreta elegida para tan importante misión. Por eso, el gran San Pablo, siempre se refiere a Pedro con el nombre arameo dado por Jesús: Cefas. Incluso así lo menciona aún cuando tiene que llamarle la atención: "Cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión" (Gal 2,11).
Por la fe, sabemos que el Papa es muy distinto a un gerente de empresa o a un líder político. Al Sucesor de Pedro lo eligen hombres de carne y hueso, según la divina Providencia a la que nadie se le escapa y nunca se equivoca.
Recibamos como un regalo de Dios a nuestro querido Papa León XIV. Oremos por él, para que sea un Papa santo, Siervo de Cristo y de su Iglesia y "siervo de los siervos de Dios". La santidad de Pedro tiene como aspecto esencial el amor a Cristo y a los fieles, según las palabras del Señor: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas" (Jn 21,16).
El Papa León XIV, por la asistencia del Espíritu Santo y por la promesa de Cristo, será ciertamente fiel a su ministerio. También aportará de lo suyo, propondrá ciertos énfasis, orientará la pastoral según la actual realidad eclesial y social… Cada nuevo Papa es una invitación a los católicos a "sentir con la Iglesia", es decir, a vivir en comunión afectiva y efectiva con el Sucesor de Pedro.
Monseñor Francisco Javier Stegmeier,
obispo de la Diócesis de Villarrica