Un estudio realizado por Elige Educar, iniciativa público-privada que funciona al alero de la Universidad Católica, reveló que existe un déficit importante de docentes en el país. Se estima que este año 2025 faltan cerca de 26 mil docentes, que corresponden al 19% de los profesores requeridos por el sistema, y de no mediar cambios importantes, para 2030 el déficit será de 33 mil. Esto afecta en especial a zonas rurales y educación parvularia, donde se requieren al menos 7 mil profesionales.

El tema no es nuevo; hasta el año 2020 faltaban 13.630 educadores, lo que ya era un escenario complejo. Por lo mismo, hace un tiempo el Ministerio de Educación convocó a una mesa de trabajo para la atracción de jóvenes a las carreras de Pedagogía. De ella nacieron algunas propuestas que se encuentran en implementación. La falta de interés de los jóvenes por estudiar Pedagogía es uno de los principales desafíos. Hay causas estructurales y algunas de ellas históricas, como bajas remuneraciones, sobrecarga de trabajo, falta de recursos, escaso reconocimiento social y condiciones laborales adversas, donde incluso la violencia de algunos estudiantes y apoderados contra los docentes tiene mucho que ver.

En 2018, el conjunto de las universidades chilenas tenía matriculados 18.700 estudiantes de Pedagogía, y ahora son un poco más de 9.000, lo que es preocupante, porque están ingresando a la carrera de Pedagogía la mitad de jóvenes que hace unos años. Hay un déficit actual y proyectado de profesores, y así no se puede garantizar el derecho a una educación de calidad. El bajo interés por estudiar pedagogía es una tendencia que se arrastra marcadamente desde hace años, y revertirlo requiere no solo mejorar las condiciones objetivas de la profesión, sino también resignificarla desde su dimensión más humana: formar jóvenes genuinamente comprometidos con la enseñanza, para transformar y cuidar el futuro de las nuevas generaciones.

Un estudio realizado por Elige Educar, iniciativa público-privada que funciona al alero de la Universidad Católica, reveló que existe un déficit importante de docentes en el país. Se estima que este año 2025 faltan cerca de 26 mil docentes, que corresponden al 19% de los profesores requeridos por el sistema, y de no mediar cambios importantes, para 2030 el déficit será de 33 mil. Esto afecta en especial a zonas rurales y educación parvularia, donde se requieren al menos 7 mil profesionales.

El tema no es nuevo; hasta el año 2020 faltaban 13.630 educadores, lo que ya era un escenario complejo. Por lo mismo, hace un tiempo el Ministerio de Educación convocó a una mesa de trabajo para la atracción de jóvenes a las carreras de Pedagogía. De ella nacieron algunas propuestas que se encuentran en implementación. La falta de interés de los jóvenes por estudiar Pedagogía es uno de los principales desafíos. Hay causas estructurales y algunas de ellas históricas, como bajas remuneraciones, sobrecarga de trabajo, falta de recursos, escaso reconocimiento social y condiciones laborales adversas, donde incluso la violencia de algunos estudiantes y apoderados contra los docentes tiene mucho que ver.

En 2018, el conjunto de las universidades chilenas tenía matriculados 18.700 estudiantes de Pedagogía, y ahora son un poco más de 9.000, lo que es preocupante, porque están ingresando a la carrera de Pedagogía la mitad de jóvenes que hace unos años. Hay un déficit actual y proyectado de profesores, y así no se puede garantizar el derecho a una educación de calidad. El bajo interés por estudiar pedagogía es una tendencia que se arrastra marcadamente desde hace años, y revertirlo requiere no solo mejorar las condiciones objetivas de la profesión, sino también resignificarla desde su dimensión más humana: formar jóvenes genuinamente comprometidos con la enseñanza, para transformar y cuidar el futuro de las nuevas generaciones.

En un país que ha atravesado momentos complejos, con fracturas sociales, demandas históricas no resueltas, tensiones crecientes e intolerancia, el surgimiento de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento representa una señal distinta, valiente y profundamente necesaria. No es un gesto decorativo ni una estrategia de corto plazo: es una construcción colectiva respaldada de manera transversal por todos los partidos políticos con representación nacional, un hecho inédito en estos tiempos de polarización.

Este respaldo plural y sin exclusiones no significa que se hayan eliminado las diferencias. Por el contrario: se las reconoce y se las integra como parte del desafío. La verdadera paz no requiere uniformidad, sino voluntad genuina de convivir, de escuchar y de construir desde la diversidad. Porque no hay entendimiento sin conflicto, pero sí puede haber conflicto sin odio, cuando se asume con altura política y visión de país.

Desde una mirada ciudadana, esta Mesa nos devuelve algo esencial: la esperanza. Esperanza en que aún es posible dialogar sin descalificarse, disentir sin romper, buscar acuerdos sin renunciar a las convicciones. En tiempos donde muchos viven el desencanto como estado permanente, esta instancia aparece como una puerta abierta hacia un pacto de convivencia renovado.

La paz no se decreta: se construye, se cultiva, y su esencia está en el respeto a la dignidad del otro. La reconciliación es un proceso del alma y de la política.

La entrega del informe de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento marca un hito importante. No es un informe perfecto, ni pretende serlo. Pero sí es un documento honesto, valiente, autocrítico y abierto a la participación futura. En sus páginas se recogen verdades incómodas, propuestas viables y rutas posibles para una convivencia más justa. No es la última palabra, pero sí una primera que se dice con voluntad de escuchar.

Sin embargo, para que este proceso no se diluya en el tiempo ni se convierta en un archivo olvidado, se requiere compromiso institucional sostenido. Es deber del Presidente de la República impulsar con urgencia la Consulta Indígena establecida en el Convenio 169 de la OIT, como también presentar los proyectos de ley necesarios para avanzar en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios. Pero esta responsabilidad no termina allí: los candidatos presidenciales y los nuevos legisladores que asumirán en marzo de 2026 también deben asumir esta posta. Las promesas en esta materia deben cumplirse.

Como advirtió el Papa Francisco en su visita a La Araucanía, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados -sí, y necesarios-, pero que al no volverse concretos terminan borrando con el codo lo escrito con la mano. Esto también es violencia. ¿Por qué? Porque frustra la esperanza.

Estamos frente a una oportunidad histórica. Que esta mesa no sea solo una foto, un gesto o un informe más. Que sea el comienzo de un camino. La paz se conversa. El entendimiento se cultiva. Y el futuro, si lo queremos común, se construye paso a paso, palabra a palabra.

Carlos Llancaqueo Mellado,

presidente de Fundación Aitué

En un país que ha atravesado momentos complejos, con fracturas sociales, demandas históricas no resueltas, tensiones crecientes e intolerancia, el surgimiento de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento representa una señal distinta, valiente y profundamente necesaria. No es un gesto decorativo ni una estrategia de corto plazo: es una construcción colectiva respaldada de manera transversal por todos los partidos políticos con representación nacional, un hecho inédito en estos tiempos de polarización.

Este respaldo plural y sin exclusiones no significa que se hayan eliminado las diferencias. Por el contrario: se las reconoce y se las integra como parte del desafío. La verdadera paz no requiere uniformidad, sino voluntad genuina de convivir, de escuchar y de construir desde la diversidad. Porque no hay entendimiento sin conflicto, pero sí puede haber conflicto sin odio, cuando se asume con altura política y visión de país.

Desde una mirada ciudadana, esta Mesa nos devuelve algo esencial: la esperanza. Esperanza en que aún es posible dialogar sin descalificarse, disentir sin romper, buscar acuerdos sin renunciar a las convicciones. En tiempos donde muchos viven el desencanto como estado permanente, esta instancia aparece como una puerta abierta hacia un pacto de convivencia renovado.

La paz no se decreta: se construye, se cultiva, y su esencia está en el respeto a la dignidad del otro. La reconciliación es un proceso del alma y de la política.

La entrega del informe de la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento marca un hito importante. No es un informe perfecto, ni pretende serlo. Pero sí es un documento honesto, valiente, autocrítico y abierto a la participación futura. En sus páginas se recogen verdades incómodas, propuestas viables y rutas posibles para una convivencia más justa. No es la última palabra, pero sí una primera que se dice con voluntad de escuchar.

Sin embargo, para que este proceso no se diluya en el tiempo ni se convierta en un archivo olvidado, se requiere compromiso institucional sostenido. Es deber del Presidente de la República impulsar con urgencia la Consulta Indígena establecida en el Convenio 169 de la OIT, como también presentar los proyectos de ley necesarios para avanzar en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios. Pero esta responsabilidad no termina allí: los candidatos presidenciales y los nuevos legisladores que asumirán en marzo de 2026 también deben asumir esta posta. Las promesas en esta materia deben cumplirse.

Como advirtió el Papa Francisco en su visita a La Araucanía, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados -sí, y necesarios-, pero que al no volverse concretos terminan borrando con el codo lo escrito con la mano. Esto también es violencia. ¿Por qué? Porque frustra la esperanza.

Estamos frente a una oportunidad histórica. Que esta mesa no sea solo una foto, un gesto o un informe más. Que sea el comienzo de un camino. La paz se conversa. El entendimiento se cultiva. Y el futuro, si lo queremos común, se construye paso a paso, palabra a palabra.

Carlos Llancaqueo Mellado,

presidente de Fundación Aitué