Cuando las naciones redefinen su rumbo energético y económico, Chile y los Países Bajos tienen ante sí una oportunidad singular: construir una alianza moderna, responsable y visionaria. Una alianza que no solo impulse las energías limpias, sino que también fortalezca la cooperación estratégica, la innovación compartida y el desarrollo territorial con propósito.
Chile cuenta con estabilidad institucional, apertura internacional y una matriz energética en transformación. Desde 2021, bajo el gobierno del Presidente Sebastián Piñera, se firmó un Memorándum de Entendimiento con el Puerto de Róterdam para cooperar en hidrógeno verde. Este compromiso fue renovado en 2023, durante la administración del Presidente Gabriel Boric, reafirmando así la continuidad de Estado en esta materia y enviando un mensaje claro: el desarrollo sostenible no tiene dueño político, sino rumbo nacional.
Sin embargo, una cosa es firmar acuerdos, y otra muy distinta es implementarlos. Las empresas que desean invertir en Chile -en energías renovables, tecnologías limpias o infraestructura crítica- necesitan certezas. Necesitan reglas claras, procesos ágiles, capacidad técnica y visión a largo plazo. Chile puede ofrecer todo eso, pero solo si logra fortalecer su institucionalidad, modernizar su gobernanza y vincular su desarrollo económico con la sostenibilidad territorial.
El sur de Chile, por ejemplo, tiene condiciones extraordinarias para convertirse en un polo de atracción para industrias intensivas en energía: centros de datos, manufactura tecnológica, procesamiento de minerales verdes, o incluso hidrógeno para exportación. Hoy, el mundo busca ecosistemas que conjuguen energía limpia, talento local, estabilidad política y costos razonables. La ventana de oportunidad está abierta, pero no lo estará para siempre.
Los Países Bajos son un socio ideal en ese camino. No solo por su liderazgo en logística, puertos y sostenibilidad, sino también por su cultura pragmática de negociación y planificación, donde el consenso se construye con datos y responsabilidad colectiva. Su enfoque, conocido como polder model, puede dialogar con la resiliencia chilena, abriendo espacios para una cooperación profunda que respete las diferencias, pero se base en objetivos comunes.
Hoy, construir confianza no es solo cuestión de diplomacia o economía: también implica asegurar la solidez de las infraestructuras que sostienen nuestro futuro. En ese sentido, la ciberseguridad emerge como un nuevo eje estratégico del desarrollo. No se trata solo de proteger sistemas energéticos, sino también hospitales, bancos, servicios públicos. En 2023, un ciberataque paralizó el Hospital Clínic de Barcelona, obligando a suspender tratamientos y afectando a miles de pacientes. Casos como ese revelan cuán vulnerable puede ser una sociedad digitalizada sin protocolos sólidos de prevención y respuesta.
Chile aún no cuenta con una cultura de ciberseguridad institucionalizada ni con una regulación robusta. En cambio, Países Bajos ha avanzado en marcos normativos, cooperación pública-privada y adopción de estándares internacionales como la ISO/IEC 27001. Integrar este tipo de capacidades a través de alianzas estratégicas no solo protege a los ciudadanos: también da confianza a los inversionistas de que llegan a un país que cuida sus activos y su gente.
Esta alianza entre Chile y los Países Bajos no es solo técnica ni comercial. Es una invitación a elevar el estándar de cómo pensamos el desarrollo, aprendiendo, cooperando y construyendo confianza con visión de largo plazo. Lo que une a ambas naciones no es solo el hidrógeno verde, sino una forma común de mirar el mundo: abierta, responsable, intercultural y enfocada en el bienestar compartido.
*Relaciones Internacionales; Consultora Global; Administrador de Empresas; Comercio Internacional, Relaciones Públicas y Protocolo; Máster en Evaluación y Formulación de Proyectos.