Gracias Francisco por ser diferente
La "partida" genera dolor en el corazón del que ama, pena y lágrimas por la separación brotan del corazón humano. Pero qué grande es nuestra fe en aquel que ha vencido la muerte, Cristo resucitado, es la esperanza que no defrauda y cambia nuestro llanto en júbilo y la pena en alegría.
Quisiera escribir líneas de gratitud al que desde el primer minuto me llenó de alegría y esperanza: "Habemus papam", Bergoglio, ¡Es latinoamericano! ¡Se llamará Francisco! Fue el grito entre aplausos, de aquel día 13 de marzo de 2013 que brotaron esa tarde en el seminario San Fidel de Villarrica frente a la transmisión por televisión.
Nadie podía imaginar lo que estaba por venir, pero sin duda emocionó ver ese hombre que con humildad y sobriedad que aparecía para el mundo entero desde aquel balcón, sereno y temeroso. Pero lleno del Espíritu Santo, primero pedías la oración del pueblo, te inclinabas ante los que ahí estaban o te seguíamos por la televisión, para después regalarnos tu bendición. Dijiste: "Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo".
En estos 12 años de servicio pastoral, lo que enseñaste, lo viviste y pucha que es verdad que una palabra bonita conmueve, pero un ejemplo arrastra. Nos pediste a poco andar una Iglesia pobre y para los pobres, que ponga a Cristo en el centro, de menos administradores y más pastores, con olor a oveja, olor a pueblo y nos diste la receta, las cuatro cercanías: 1. Cercanía a Dios 2. Cercanía al obispo 3. Cercanía a los hermanos sacerdotes 4. Cercanía al pueblo santo de Dios. Soñaste y nos enseñaste a soñar una Iglesia en salida: "Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades". Una Iglesia que haga lío, y claro, si tenemos la gran noticia, la eterna novedad, tenemos el Evangelio de Jesucristo.
Son mensajes, palabras y tantos ejemplos que nos enseñaste, que faltaría espacio para dejar plasmado aquí.
Se nos fue el Papa de San José, de la Misericordia, de la casa común, de la piedad popular, de la alegría, de la esperanza, de los temas complicados para este tiempo, el Papa que tanto nos recordaba que somos pecadores, que rompía los protocolos y se acercaba a venerar la imagen de la virgen, que lloró ante la guerra, que nos bendijo en la pandemia, que se equivocó y pidió perdón. El Papa que nos visitó en tiempo difícil, como un papá que corrige y anima a sus hijos. El hombre que ante la incomprensión o rechazo no le movió el odio, le movió el amor, el perdón y poco antes de partir, su testamento, la carta encíclica "Dilexit Nos" "Nos Amó" carta sobre el amor humano y divino del Corazón de Cristo. La importancia del corazón enfatiza que el corazón es el centro de la identidad espiritual del ser humano, donde se encuentran el querer y el sentir. En un mundo consumista y superficial, es crucial volver a la esencia del corazón para encontrar el sentido de la vida.
Finalmente quisiera hacer memoria agradecida del día en que visitando Chile viniste a La Araucanía. Tuvimos como seminario la gracia de servir en el altar, ayudar en la Eucaristía y la posibilidad de saludarte, te pedí que me bendigas una imagen de la Virgen del Carmen, nuestra patrona de Chile, a lo que con cercanía me respondiste: "Pero claro, la bendigo con gusto, ella te acompañará siempre…" y un abrazo sincero se estrechó entre quien era sucesor del apóstol Pedro, vicario de Cristo y un joven seminarista de La Araucanía, de la parroquia de Toltén.
Gracias Francisco por ser diferente y como tantas veces nos pediste "por favor, recen por mi" hoy te pedimos que también tú reces por nosotros.
Ven bendito de mi Padre a recibir la herencia prometida (Mateo 25,34) y preparada para los que han peleado la batalla, los que han terminado la carrera y se han mantenido en la fe (2 Timoteo 4, 7).
Descansa en paz, ¡que el paraíso es la meta y ella nos espera!
Cristian de María Rivera Suazo, sacerdote de la Diócesis de Villarrica.