Frases
"Esto es una tortura y no es justo que nos torturen así".
Luis Torres,
"Ha sido una tremenda fiesta, Carahue ha cumplido con todas las expectativas".
Eric Iturriaga,
"Esto es una tortura y no es justo que nos torturen así".
Luis Torres,
"Ha sido una tremenda fiesta, Carahue ha cumplido con todas las expectativas".
Eric Iturriaga,
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa en la educación superior no solo transforma las herramientas de aprendizaje, sino que interpela el sentido mismo de la docencia universitaria. Esta tecnología ha dejado de ser una promesa para convertirse en una realidad que atraviesa la planificación didáctica, la evaluación y la relación con el conocimiento.
El académico de la Facultad de Economía, Gobierno y Comunicaciones de la Universidad Central, Nassib Segovia, ha explicado que la IA ofrece oportunidades inéditas: asistentes como Education Copilot, TeachMateAI o Curipod permiten crear guías, actividades y mapas conceptuales en minutos; otros modelos pueden corregir ensayos o evaluar la coherencia argumentativa de los estudiantes. Esta delegación de tareas permite a los docentes enfocarse en lo esencial: acompañar el aprendizaje, promover el pensamiento crítico y cultivar el juicio ético.
Sin embargo, no basta con "usar" IA. Se requiere una alfabetización digital profunda y una actitud reflexiva. El diseño de prompts, la supervisión del contenido y su adecuación pedagógica son nuevas competencias que deben ser reconocidas y fortalecidas.
La dimensión ética es clave. ¿Qué ocurre cuando los estudiantes emplean IA como tutores, redactores o sustitutos del esfuerzo intelectual? No se trata de prohibir, sino de orientar: establecer criterios claros que promuevan un uso formativo y responsable.
Urge un nuevo contrato pedagógico que combine normativas, rediseños curriculares y acompañamiento docente. La IA no es una amenaza, sino un agente de transformación que exige repensar qué y cómo enseñamos. El verdadero desafío no es tecnológico, sino profundamente educativo.
Este año de celebración del Jubileo de la Esperanza, en que a ratos gran parte de la humanidad está convulsionada por tantos signos de violencia, a pesar del dolor, siempre hay un rayo de luz que surge suavemente con el anhelo de cambios en toda situación negativa, incluso en aquello que a veces nos afecta como persona. Es la esperanza, esa luz que nunca se apaga y nos acompaña hasta el final.
¿Qué hace posible la esperanza? Su motor es el amor, porque la vida solo trasciende en el amor, es la fuerza impulsora con que fuimos creados. Gracias al amor con que Dios nos creó y privilegió, tenemos esperanza y confiamos en un mejor futuro, podemos enmendar rumbos. La confianza en el camino de la esperanza deriva de que ella encuentra su fuente y pilar fundamental en la fidelidad de Dios al ser humano y a toda su obra creadora.
La esperanza acompaña a la humanidad desde todos los tiempos, por oscuros o grises que sean estos, pero no es pasiva, nos reta a movilizarnos, a cambiar, a crear, a comprendernos y aceptarnos. A ella nos aferramos en todos los tiempos, es parte de nuestra condición humana, porque tiene que ver con el amor; primero, con el amor de Dios, que desde el inicio puso ese don en nuestro ser, y, luego, mediante el don de su Hijo Jesús, ratificación definitiva de su amor y fidelidad.
Jesucristo, imagen del Padre, nos hace mirar el futuro con esperanza, sin olvidarnos del pasado ni del presente, es decir, de nuestra historia. La esperanza cristiana también es encarnada: recoge y lleva consigo lo que hemos sido y hecho, lo que somos y lo que hacemos; recoge nuestra historia y la hace crecer a niveles de plenitud insospechados.
La esperanza es la espera hacia un cambio positivo, pone en movimiento la capacidad transformadora propia del ser humano, hombre y mujer, haciendo insoportable tantas formas de conformismo y de letargos. La fe en Cristo resucitado nos llama a ser constructores de vida, de paz y fraternidad en nuestro mundo.
La tierra entera está anhelante de que concluya la espera de vivir en armonía, que se plasmen las esperanzas que cada uno tiene en cada rincón del mundo; aquellas de paz, de no más violencia, no más abusos, no más injusticias, no más engaños, no más avasallamiento, no más frustraciones por el egoísmo. Aquí conviene recordar las palabras del Apóstol: «la creación misma aguarda con ansia…» (Rom, 8, 19).
Podemos recordar también uno de los tantos mensajes con que el Papa Francisco nos invitaba a ser portadores de esperanza: «El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; debe también irradiar esperanza, ser sembrador de esperanza. Este es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas». Sin duda, es un mensaje universal, todos estamos llamados a concretar esperanzas.
Les invito a caminar con esperanza, aquella que lleva nuestra historia a la superación de sí misma, y al mismo tiempo motiva y moviliza a construir presentes en paz y armonía, bajo la tutela del amor, confiadamente, pues en ese camino no estamos solos: Dios va primero, nos señala el camino; está dentro de nosotros animándonos con la acción del Espíritu Santo, y nos abraza con misericordia y amor. No nos dejemos llevar por la inmediatez, la desidia el inmovilismo o el dejar que otros actúen por nosotros.
Monseñor Jorge Concha Cayuqueo,
obispo Diócesis San José de Temuco