Mochila fiscal y desarrollo
En Chile, el déficit fiscal se ha vuelto la norma: en 15 de los últimos 17 años el Estado ha gastado más de lo que recauda. Esta conducta, que trasciende a gobiernos específicos, refleja un problema estructural de gestión del gasto público.
La deuda pública ya bordea el 42% del PIB, acercándose peligrosamente al umbral del 45% definido como prudente por el Consejo Fiscal Autónomo. Solo este año, pagaremos US$4.000 millones en intereses, monto equivalente a la construcción de 14 hospitales. Si no se contiene el endeudamiento a través del control del gasto, inevitablemente se terminará ajustando por la vía del retraso en proyectos de inversión pública, afectando la calidad de vida de los ciudadanos e impactando el empleo, ya que muchas empresas dependen de estas obras para sostener su actividad. La solución es clara: mejorar la eficiencia del Estado y contener el gasto. Para el sector privado, la eficiencia no es una opción, es una necesidad, y lo mismo debería aplicarse al Estado. La consolidación fiscal no es una palabra técnica: es una señal de seriedad, de responsabilidad con el futuro, y de respeto por quienes sostienen la economía con su trabajo, innovación y emprendimiento. El gasto público debe estar al servicio del desarrollo, no del endeudamiento.
Chile no puede permitirse cruzar el punto de no retorno fiscal.
Fernando García L., presidente Asimet
Para políticos y abogados
A raíz de todos los robos estatales que se han producido y siguen masivamente, valga recordar la Constitución que en su Artículo 8 dice: "El ejercicio de las funciones públicas obliga a sus titulares a dar estricto cumplimiento al principio de probidad en todas sus actuaciones".
Debemos exigir la aplicación de los conceptos: a) valor normativo inmediato que impide que la autoridad diga " esto no se puede aplicar todavía porque falta una ley"; b) iusnaturalismo: doctrina jurídica que postula la existencia de un derecho natural, anterior y superior a las leyes creadas por los seres humanos o iuspositivismo.
Jorge Porter Taschkewitz
Daño a la institucionalidad
El daño a la institucionalidad no es exclusivo del gobierno actual. Es un deterioro acumulativo que se arrastra desde el regreso a la democracia, y lo cierto es que ningún gobierno se salva. Basta recordar a don Patricio Aylwin y su ya emblemática frase "en la medida de lo posible", símbolo de una conducción basada en la negociación permanente, que evitaba toda tensión interna, incluso al costo de postergar transformaciones relevantes. Eduardo Frei Ruiz-Tagle fue criticado por su pasividad política y por una baja capacidad de liderazgo incluso en materia internacional, como la débil defensa de los tratados de libre comercio. Ricardo Lagos cargó con el escándalo del MOP-Gate y con el diseño técnico del Transantiago, cuya implementación fallida fue heredada por su sucesora.
Michelle Bachelet, en su primer mandato, demostró una alarmante falta de gestión ante el terremoto y tsunami de 2010, y nunca logró controlar ni su coalición ni el Congreso. En su segundo periodo, las reformas estructurales resultaron caóticas, el caso Caval golpeó directamente su credibilidad, y la economía se estancó. Sebastián Piñera, en su primer mandato, enfrentó el conflicto educativo sin resolver el fondo del problema: la desigualdad estructural. Y su segundo gobierno estuvo marcado por la falta de conducción, crisis internas, un gabinete errático y, por supuesto, el mayor fracaso de su carrera: el estallido del 2019.
Pero incluso con todo lo anterior, el Presidente Gabriel Boric representa, hasta ahora, el punto más crítico en cuanto al daño institucional. El deterioro es profundo y transversal. No controla la expansión del aparato estatal, gobierna rodeado de personas sin experiencia, muchas de las cuales comparten su inexperiencia y su dependencia ideológica. Utiliza el Estado como plataforma simbólica más que como herramienta de transformación efectiva. Las promesas quedaron en el papel, vacías, sin dirección ni sustancia. Pero más grave aún es su completa falta de ética pública y de responsabilidad política real. Frente a cada crisis, elude, delega, se victimiza o simplemente guarda silencio.
Señor Presidente, yo sé que le cuesta, porque probablemente nunca tuvo el carácter ni la preparación para ejercer este cargo. Pero por una vez, deje de esconderse detrás del discurso y asuma su responsabilidad con la seriedad que el cargo exige. No es por usted, es por la República que dice representar.
Rodrigo Salinas Rojas