El título de esta columna no es una maldición lanzada el viento. Es más bien una preocupación bastante contingente, pero no por ello menos relevante para la construcción de una mejor ciudad donde habitar. Forma parte, si los lectores así lo estiman, de una serie de textos donde espero abordar los desafíos de una ciudad joven como Temuco.
Uno de los mayores problemas que nos aquejan, con independencia de los serios problemas políticos, es el manejo de la basura por parte de los ciudadanos. Hace un tiempo leí un rayado colgado en Facebook que señalaba con máxima lucidez que la mayor indignidad no está en quienes recogen la basura sino en quienes la tiran en cualquier lugar. ¡Cuanta verdad hay en ello!. Hay que dignificar, qué duda cabe, trabajos tan relevantes como este. Pero esta dignificación no puede ser sólo moral -cuestión que suele ocurrir en Chile- debe tener también un carácter monetario. La realidad es que estas personas desempeñan una función vital para el normal funcionamiento de una ciudad. Les debemos la salud de nuestros hogares y espacios comunes. Por ello, al igual que muchos otros trabajadores, merecen remuneraciones acordes a los riesgos que corren.
Ahora bien, me gustaría indagar con mayor profundidad en el real problema que implica el mal manejo de la basura. Se trata, desde mi punto de vista, de un serio conflicto con el "otro". No es simplemente alguien que no alcanza a llegar al basurero y deja las bolsas para que los perros las rompan y esparzan sus inmundicias cotidianas. Se trata en realidad de un problema de vínculo social, lo cual lo convierte en algo aún más complicado de tratar. La verdad sea dicha, cuando tengo la desfachatez de dejar mi basura en plena calle, seguir amontonando bolsas hasta que la vereda y la calle parecen un basural de proporciones o tirar mis papeles sucios desde el auto, estamos ante un grave problema de educación cívica.
No es posible, si queremos construir una verdadera ciudad, pasar por alto estos comportamientos. ¿Qué hacer? Las respuestas son pocas. Por un lado, en el corto plazo, estas conductas deben ser efectivamente penadas mediante multas. Hay que considerar que estas conductas atentan seriamente contra la salud pública. No es sólo una cuestión de desorden o suciedad.
Por otro lado, de manera urgente, es fundamental enseñar a nuestros niños un manejo responsable de los residuos. Para ello, insisto, es fundamental educar pensando en mi relación con los otros, no en algo puramente funcional, sino en observar todos estos problemas sobre la base de una relación armónica con mis semejantes. Los planes y programas educativos, así como el trabajo docente, deberían insistir en una educación para el buen vivir.
Luis Nitrihual, académico Ufro