La Biblia cuenta la historia de un funcionario público con mentalidad de negocios quien fue visitado por Jesús. Este hombre, se sospechaba, cobraba impuestos de más a la gente. Pero al darse cuenta de su posición, y tomar conciencia de que el Hijo de Dios entraba a su casa, hace lo único que cabía hacer: devuelve todo lo que tomó de más, triplicado.
En nuestra realidad hemos sido testigos de cómo grandes empresarios se coluden para, de manera miserable, ganar más a costa de los demás. Muchos destinan sus pocos ingresos a la compra de artículos para vivir, desde medicinas hasta papel higiénico. Este último sucio negocio (no por el papel, sino por quienes lo manejan) va destinado a las cloacas, como las conciencias de sus dueños.
Pero lo mismo pasa con la educación, transporte (sobre todo aéreo), hasta religión, donde muchos se aprovechan de los demás, mostrando la cara insaciable del capitalismo desenfrenado. Hasta quienes rechazan el capitalismo abrazan sus prácticas. Lo hemos visto entre los políticos.
Y me pregunto, ¿es que empresarios, políticos, religiosos, no se dan cuenta de que no sólo están abusando de las personas, sino que además están provocando una bola de nieve de incalculables consecuencias? ¿Están tan cegados por su propia avaricia, su hambre de lucro desmedido, su inagotable sed de recursos, su morbosa depravación del humanismo, que les lleva a no medir las consecuencias de sus actos? ¿Tan inconscientes son que acaso no les importa en qué pueda terminar todo?
Seguramente muchos de ellos no saben que las más sangrientas revoluciones han tenido como raíz un descontento social acumulado, que al final estalla en violencia casi incontenible, y aquellos que basaron todo su poder y seguridad en recursos, lo pierden, incluyendo sus vidas. Al final, pedir perdón no bastaba para reparar el daño y cansancio en la sociedad.
Cuando Cristo llega al corazón de cualquiera que haya abusado de otro, le ayuda a reconocer su papel en el abuso; el Hijo de Dios se instala de verdad en su hogar. Un resultado es que la persona repara el daño devolviendo mucho más.
Cada día vemos situaciones perversas, pero no sólo entre empresarios. Todos hacemos daño a los demás, y si nuestro país sufre violencia, abuso, dolor es porque aun no asumimos nuestra responsabilidad.
Pero hay una esperanza: Reconocer nuestro papel, volvernos a Cristo y permitirle entrar en nuestro hogar, naciendo de nuevo. A menos que esto sea real en nuestra vida, no podremos esperar que lo sea en la vida de los demás.
Andrés Casanueva,
Consejo de Pastores