El último Censo en nuestro país determinó que existen cerca de dos millones 100 mil representantes de los diversos pueblos indígenas de la nación. La mayor población es de los mapuches después están los diaguitas, los pehuenches, aymaras y otras muy pequeñas etnias o sea ya muerden casi el 20% de nuestra población que sobrepasa los 17 millones, durante mucho tiempo se hablaba que no sobrepasaban el 6%.
Estos pueblos que he identificado cuentan con una cantidad apreciable de profesionales en todos los rubros, igualmente que técnicos, miles de loncos y werkenes. Entonces los pueblos originarios no son lo mismo que 50 años atrás a quienes se les quitaban sus tierras poniendo sólo el dedo en un papel en blanco, no era necesario la firma. El analfabetismo de esas décadas ya casi no existe, tenemos entonces personas totalmente conscientes de lo que tenían y de lo que hoy les queda, una hectárea per cápita. Hoy buscan tener mejor calidad de vida.
Hoy existe otro escenario en el que buscan un lugar justo estos pueblos que estaban y eran ricos cuando llegaron los españoles. Miles de ellos practican la fe en las religiones reconocidas en nuestro país. Trabajan sus precarias tierras sin capital, sin maquinarias, sin asesorías técnicas, caminan pausadamente con sus leales yuntas de bueyes.
En su lucha acrecentada a partir del año 1990 porque en los tiempos de la dictadura para nadie peñi o huinca se podían exigir derechos, de ello atestiguan miles de muertos y miles de desaparecidos, es indudable han cometido dolorosos errores como la muerte de los ancianos Luchsinger-Mackay, familia con la cual casi nunca las relaciones fueron amables por ambas partes. Con vergüenza debo confesar -porque me consta que los cinco Gobiernos de izquierda que yo apoyé nunca le dieron importancia a las demandas- se limitaban a dar bonos miserables de $120 mil pesos que sólo servían para comprar algo de víveres para el largo invierno. Las élites políticas de los dos lados se van en discursos y declaraciones, pero de soluciones nada. Sólo en delegados presidenciales, comisiones, mesas de trabajo, comités de ministros y al final de todo, nada de nada.
Mientras fui senador hablé con todos los Presidentes, con todos los ministros del Interior, los que escuchaban. No sé si Bachelet -que habla de sus legados- considera este tema como una herencia de sus dos gobiernos, voté dos veces por ella, pero de manera alguna lo haría por una tercera vez.
Roberto Muñoz Barra Exsenador y presidente Institutos Públicos Social Demócrata