Sin cultura, sin belleza, esa que salvará al mundo, sin arte, sin emprendedores que se atreven a construir un país mejor por medio de una economía justa, sin servidores públicos muy comprometidos, sin sueños imposibles, sin quienes donan sus órganos para que otros vivan, sin profetas que luchan por la vida y dignidad de toda persona, sin los innumerables hombres y mujeres que por sus convicciones sociales o religiosas, se entregan generosa y gratuitamente al bien común, sin quienes creen en la dimensión trascendente de la vida, no perdura una sociedad a escala humana.
¿Qué sería de la Patria sin sus héroes, mártires y líderes, sin sus Santos, sin Gabriela Mistral y Neruda, sin la Teletón, las organizaciones civiles, Bomberos, Cruz Roja y tantos voluntariados, y sin la fe y esperanza de los cientos de miles que peregrinan a los Santuarios?
En ellos, personas sencillas y humildes que día a día llevan de modo honesto el fruto del trabajo a sus casas, que confían más en Dios que en sí mismos, que no tienen poder sino que más bien lo padecen, está el futuro de la sociedad y una luz de esperanza. En el hombre y la mujer anónima que se saca el pan de la boca para que su hijo estudie, que pasa horas arriba de un bus para llegar al trabajo, que pacientemente espera ser atendido en un consultorio, que aunque pase por grandes penurias le celebra el cumpleaños a sus hijos, o celebra con todo las fiestas y los triunfos de Chile, o solidarizan de mil formas con el sufrimiento de quienes están peor, o que se encomienda a Dios y a la Virgen cada día, está nuestra esperanza. Ellos mantienen en pie al país. Son la reserva moral y espiritual de Chile. Son el punto de inflexión del cambio que hemos de hacer. Son personas de bien y en su inmensa mayoría creyentes. ¡Se equivocan quienes se empeñan en no escucharlos a la hora de diseñar políticas públicas o legislar, despreciar su fe y los enormes frutos de ésta, en la construcción de la sociedad y su cultura!
Así damos gracias por los compatriotas de todas las edades, especialmente jóvenes, que más que preguntarse de qué vivir, se preguntan para qué vivir y cómo servir. El riesgo que significa la belleza de ser coherente con la propia vocación y responsabilizarse de los otros ha sido su norte. Son el gran patrimonio de Chile, y con cuánta dificultad, muchos desde al anonimato, llevan adelante sus sueños. Cuidarlos como lo más preciado que tiene Chile es un deber y una responsabilidad.
¡Viva la Patria!
Héctor Vargas, obispo de Temuco