Todos tenemos muy claro que vivimos una tragedia de efectos mundiales y por ello pienso que el concepto de la vida será mirado con una sensibilidad más humanista, dimensionaremos nuestra fragilidad, que nos tiene casi impotentes ante un virus infinitamente pequeño.
El mundo ha estado lleno de avaricia, de injusticia, de pésima distribución de la riqueza, ella es controlada por una ínfima cantidad de Reyes Midas, de impunidades para los de cuello y corbata, infectados de corrupción, especialmente de la clase mal llamada elite y los dogmas y sectarismos que impiden contribuir a formar sociedades más justas.
Después de esta pandemia -a la que esperamos sobrevivir- deberemos enfrentar las normales realidades, especialmente en lo político tan venido a menos y desprestigiado. Soy una persona que me interesa saber lo que ocurre entre nosotros los humanos, incursiono, entre otras cosas, en las comunicadoras redes electrónicas, correos, twitter, wassaps y otras, y en este preciso momento, cuando están muriendo miles de personas, encuentro opiniones de no pocos con mensajes llenos de odio, intolerancia y descalificaciones, muchas de ellas de personas inteligentes, incluidos líderes de agrupaciones sociales.
Me alarma la aparición y con mucha estridencia de los llamados populismos de izquierda y derecha, enfrascados en una lucha de aplastar o hacer desaparecer a los que no piensan como ellos; estas son manifestaciones que no expresan ideologías, son como una epidemia viral (como el coronavirus). Son, en forma más concreta, una degeneración de la democracia.
Esta pandemia populista adopta sin escrúpulos diversas máscaras, llevando muy a su lado títulos perversos de falsos nacionalismos. Así pasó en los años treinta, cuando se hizo presente el fascismo y el nazismo en España con Franco, un millón de muertos; en Italia con Mussolini y en Alemania con Hitler, responsables los tres de casi 40 millones de muertes.
Resulta cínico, por ejemplo, culpar de todos nuestros males a los comunistas, que hoy representan un porcentaje residual y sus seguidores son grupúsculos que están al margen de la vida política nacional; ahora ocupan su lugar los populísmos, que pretenden ser mejores que las democracias de izquierda y las democracias de derecha.
Ambos extremos tienen muchos ejemplos que mostrar: En Brasil, Lula, y la señora Roussef con su partido de los trabajadores, ambos corruptos con las coimas de Odebrech; Correa en Ecuador, que creó la Ley de Prensa más antidemocrática de América Latina; los Kirchner en Argentina con una señora K que muy pronto se enfrentara al Presidente Fernandez; Nicaragua con Ortega, que controla el mando con su esposa como vicepresidenta y, por supuesto, los Castros en Cuba. Y en el otro lado Bolsonaro, que sostiene que si su hijo fuera gay lo mata; Duterte en Filipinas y, por supuesto, el máximo exponente de ese grupo, Trump, que arremete contra los emigrantes que sin embargo no le importa sean explotados en los trabajos residuales que les ofrecen a la gran mayoría de ellos.
A preparanos entonces contra estos nuevos virus cívicos.