Se la define como el acto de provocar de manera intencionada la muerte de una persona, a solicitud de esta o representante legal debido a una enfermedad terminal e incurable. Ello exige recordar los fines de la medicina, que se orienta a prevenir las enfermedades, promover la salud, asistir a los enfermos, aliviar el dolor y a cuidar a los incurables. Desde sus inicios nunca la medicina se ha orientado a terminar con la vida del paciente.
Resulta legítimo preguntarse si una sociedad que permite que se disponga de la vida, aunque se encuentre en condiciones precarias, y que más aún lo constituya en un derecho, es verdaderamente humana, o si se está deslizando hacia una concepción meramente utilitarista de la vida. El argumento más recurrido es que se hace por compasión, pero ella es un acto de amor, y amar es querer el bien del otro, no eliminarlo. Los estudios demuestran que muy pocos piden la eutanasia por dolores insoportables. Sin embargo, la auténtica compasión se traduce aquí en buenos cuidados paliativos, en cuanto atención activa e integral de quien padece una enfermedad incurable. Que se concentra en la calidad de vida y alivio de síntomas con equipo multidisciplinario, sin acelerar ni postponer la muerte.
Por eso estimamos que la eutanasia es un fracaso del médico tratante y de la sociedad, al elegir el camino más fácil, y no hacer el esfuerzo por ayudar a un paciente integralmente en todo momento, y no solo solucionarle sus problemas físicos, sino en conseguirle una salida espiritual por medio de la cual acepte su final sin angustias, sin miedos y con una paz interior que le permita aceptar su final sin una autodestrucción.
¿Quiénes serán tentados por la eutanasia? Los más vulnerables, económica o afectivamente, que sienten que no son importantes para nadie, que no se les necesita, ni se les echará de menos, que ya sobran, y que en virtud de esta posible ley, no tendrán necesariamente garantizados los servicios paliativos, porque su alto costo desincentivará invertir en ellos. En definitiva, una sociedad inhumana y cruel que elimina justamente a quienes más necesitan apoyo. Morir dignamente es sentir que su vida es valiosa, que es única e irrepetible, que importa hasta el final.
Una sociedad que no es capaz de dar lo mejor de sí a sus enfermos, para hacer más humana su precaria existencia, ha perdido el norte. Francisco habla de la "cultura del descarte" y frutos de esta desorientación es la exacerbación de la libertad individual, la falta de solidaridad hacia los enfermos, y como corolario, la incapacidad de hacerse responsable de ellos. Confiemos que una adecuada reflexión ilumine a los legisladores de tal forma que las leyes por ellos emanadas, por una parte, salvaguarden la dignidad de la persona que se encuentra en tan importante y a veces dramática etapa de la vida, y por otra, contengan un elemento educativo que contribuya a que todos los miembros de la sociedad se hagan cargo de los más débiles.