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Gobierno desmiente que nueva Ley de alcoholes prohíba ingreso de menores a restaurantes

CONTROVERSIA. Tras reacciones a reportaje de televisión, Senda aclaró que dicha restricción rige además desde 2004.
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El Austral

El Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) negó que las últimas modificaciones a la Ley de Alcoholes, que entraron en vigencia el 6 de agosto, incluyan una prohibición a los menores de edad para ingresar a restaurantes. Lo anterior, luego del revuelo causado por un reportaje emitido el lunes por Canal 13, en el que se alude a la supuesta norma, como parte de la "letra chica" de la ley.

En la nota se menciona que la mayoría de los restaurantes "familiares" a los que suelen ir adultos con niños, tienen múltiples patentes, incluyendo las de bar o cabaret. Esto, según el reportaje, les prohibiría recibir en sus locales a estos clientes en virtud de la modificación legal.

"Va a tener que haber un criterio de fiscalización en que si un restaurante tiene patente de cabaret y es un restaurante familiar, tendrán que entrar los menores de edad porque si no esta ley va a venir incluso a generar muchos más conflictos que los que quería resolver", asegura en el video Máximo Picallo, presidente de la Asociación Chilena de Gastronomía (Achiga). "Es irracional la ley", señala por su parte Jaime Chacón, presidente de la Asociación Gastronómica de Chile (AGA) en la citada nota.

Sin embargo, el medio hace alusión a una norma que no fue parte de los cambios que entraron en vigencia el 6 de agosto. Por el contrario, existe en la Ley de Alcoholes desde 2004. "Prohíbese el ingreso de menores de dieciocho años a los cabarés, cantinas, bares y tabernas", dice el texto legal.

Aclaración

El Senda explicó que dicha prohibición de entrada rige solo para aquellos locales cuyas patentes estén dentro de ese grupo, sin contar con la patente de restaurante.

"Si tiene la patente de restaurante los menores no están prohibidos para ingresar (…) Acá lo que opera es que, claramente, los que solo tienen patente de cabaret, cantina, bar o taberna, no pueden ingresar menores de edad", aclaró el director del organismo, Carlos Charme.

La autoridad aseguró que el único cambio en este sentido, es que ahora se exigirá carné de identidad para ingresar a dichos lugares y para consumir alcohol en los restaurantes.

La entidad emitió una declaración en la que, junto con esta explicación, destaca el objetivo de la legislación. "La modificación a la ley de bebidas alcohólicas tiene por objetivo cuidar y proteger a nuestros niños, niñas y adolescentes, poniendo a quienes más queremos primeros en la fila. El consumo de alcohol (droga legal) está autorizado solo para las personas mayores de 18 años y es justamente por ello que se les exigirá la cédula de identidad a todas las personas que quieran consumir o comprar alcohol", señala el documento.

Otras disposiciones

La nueva Ley de Alcoholes incluye otras disposiciones, como la prohibición de publicidad de bebidas alcohólicas en cualquier producto, publicación o actividad destinada exclusivamente a menores, así como en actividades y artículos deportivos, excepto eventos internacionales.

También se obliga a incluir en el etiquetado una advertencia sobre las consecuencias del consumo nocivo, especialmente para grupos de riesgo como embarazadas, conductores y menores de edad. Además, se prohíbe toda acción gráfica de estimulación al consumo de alcohol en bienes de uso público.

Carlos Peña

El problema de la lista del pueblo

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La lista del pueblo ha estado en los titulares de estos días por la rocambolesca elección, o intento de elección, de su candidatura presidencial y por su rendición de cuentas por los gastos electorales, abundantes en familiares y en cercanos.

Pero no vale la pena quedarse en esos detalles (censurables, claro, aunque no muy distintos, dicho sea de paso, a los que han exhibido con creces partidos de larga tradición) y es mejor preguntarse qué significa un movimiento como ese para la política chilena.

Para saberlo hace falta un leve rodeo.

Ernesto Laclau, un brillante intelectual argentino de amplia influencia en el mundo académico (lo que no es lo mismo que decir cabalmente entendido por el mundo académico) describió la sociedad contemporánea como una sociedad dislocada. Con ello quiso decir que la nuestra era una sociedad que había perdido su centro, desperdigándose en múltiples actores e identidades. De esta manera, agregó, ni la sociedad, ni la política que intentaba conducirla, era la misma de hace unas décadas. La sociedad ya no semejaba una nave conducida por el piloto del estado, ni la política estaba inspirada por la ideología que declamaba sus discursos ante el gran tribunal de la historia. En vez de eso en la sociedad proliferaban demandas de diversa índole y ya nadie creía que la historia contaba con un guión que había que interpretar. La historia no tenía guión, ni la sociedad sustancia: ambas cosas había que inventarlas. Todo esto, dijo Laclau, desafía en especial al discurso de la izquierda.

Había pues que reformular el programa de la izquierda. Lo llamó entonces democracia radical.

¿En qué consiste ese programa?

Descansa en la distinción entre demandas democráticas y demandas populares. Ellas no se diferencian entre sí por su contenido, sino por su organización discursiva. Las demandas democráticas son los intereses particulares que brotan en toda sociedad, problemas de vivienda, de acceso a la educación o a la salud, discriminaciones de género, etcétera. Esas demandas, sugirió, se transformaban en demandas populares cuando alguna de ellas lograba organizar en torno suyo a todas las demás. Llamó a esa demanda en cuyo derredor se organizaban las otras, un significante vacío o flotante (la expresión la toma de Lacan), el signo de una plenitud que no existe. Recién entonces se constituía lo que pudiéramos llamar el pueblo en sentido político. El "pueblo" entonces no era anterior a la política sino un resultado de ella. Por supuesto, y como corresponde a un intelectual argentino, la tesis de Laclau está mechada de psicoanálisis, Heidegger y Derrida, pero podemos dejar esas oscuridades por ahora de lado.

Lo que cabe preguntarse, haciendo pie en esa idea gruesa de Laclau, es si la lista del pueblo está en curso de constituir al pueblo o si, en cambio, es una yuxtaposición de demandas e intereses populares.

¿Hay en la lista del pueblo una demanda, un discurso, que logre reunir en derredor suyo todas las demás y tras la cual el pueblo, para seguir con lo de Laclau, pueda constituirse?

Hasta ahora no y quizá ese es el principal problema que la aqueja, ser una sumatoria, un agregado de malestares y demandas, pero no el significante capaz de conferir un sentido a la totalidad. Para ello no basta la ejecución de actos expresivos que irritan al público ilustrado (la tía Pikachú y el Dinosaurio, rondas en los jardines del Congreso cantando a Víctor Jara, vestimentas notorias, slogans predecibles y cosas así) sino que es necesario un trabajo intelectual y una práctica que aún no asoma. Mientras ello no ocurra, la lista del pueblo seguirá siendo un conjunto de intereses enredado en rencillas electorales y en desorden a la hora de rendir cuentas.

Porque allí donde no hay ideas capaces de articular el conjunto, los detalles domésticos y las pequeñas trampas son las que ocupan su lugar.

Si no, que le pregunten a los partidos.