Dice la Biblia: "Porque el que es nacido de Dios vence al mundo, y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4). Sin duda, que en tiempos como los que estamos enfrentando, necesitamos impregnarnos de una experiencia sobrenatural, que nos lleve a lidiar con aquellas cuestiones que en la cotidianeidad afectan nuestras vidas, y es a razón de esto que nos hace bien recordar el cómo estos grandes héroes de la fe, escribieron.
Juan fue uno de ellos, que justamente nos habla acerca de lo imprescindible que resulta ser la fe en momentos complejos, o de la misma manera podemos recordar al gran apóstol Pablo, quien de igual manera dijo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20).
Aquí tenemos el secreto de la fuerza. Es Cristo, el Hijo de Dios, a quien fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra, el que realiza la obra. Los soldados de Alejandro Magno tenían fama de invencibles. ¿Por qué? ¿Es porque poseían de forma natural más fortaleza o ánimo que todos sus enemigos? No, sino porque estaban bajo el mando de Alejandro. Su fuerza radicaba en su dirigente. Ellos eran fuertes porque su jefe lo era. Les inspiraba el mismo espíritu que lo animaba a él.
Pues bien, nuestro capitán es Jehová de los ejércitos. Se ha enfrentado al principal enemigo, y estando en las peores condiciones, lo ha vencido. Quienes lo siguen, marchan invariablemente venciendo para vencer. La fe se aferra al brazo de Dios, y la poderosa fuerza de éste cumple la obra.
¿De qué manera puede obrar el poder de Dios en el hombre, realizando aquello que jamás podría hacer por sí mismo?, nadie lo puede explicar. Sería lo mismo que explicar de qué modo puede Dios dar vida a los muertos. Nadie puede explicar el mecanismo por el que Pedro fue capaz de caminar sobre la mar, entre olas que se abalanzaban sobre él; pero sabemos que a la orden del Señor sucedió así. Por el que mantuvo sus ojos fijos en el Maestro, el divino poder le hizo caminar con tanta facilidad como si estuviera pisando la sólida roca; pero cuando comenzó a contemplar las olas, probablemente con un sentimiento de orgullo por lo que estaba haciendo, como si él lo hubiese logrado, de forma muy natural fue presa del miedo, y comenzó a hundirse. La fe le permitió andar sobre las olas; el temor le hizo hundirse bajo ellas. Finalmente, los recursos económicos nunca serán suficientes para los embates de la vida, sin embargo, si lo es, la fe.