La semana pasada estuve de visita en Traiguén, invitado por la Biblioteca Municipal y sus amables encargadas. Fue un emotivo reencuentro con una ciudad que forma parte de mi propia biografía. Hasta allí llegué, a fines de la década de los noventa, siendo un joven universitario a respaldar la lucha del lof Temulemu. Las familias, lideradas por el lonko Pascual Pichún, reivindicaban 58 hectáreas apropiadas por la Forestal Mininco. Si bien títulos legales avalaban su reclamo, la sordera de privados y autoridades de gobierno fue total. Más de una década debió transcurrir para que el Estado, reconociendo la deuda, restituyera finalmente el fundo Santa Rosa de Colpi a medio millar de familias mapuche campesinas.
Así, a modo de resumen, suena sencillo. No lo fue. En el intertanto hubo una sacrificada lucha que implicó violentos desalojos, heridos por doquier, encarcelamientos, persecución política y una porfía mapuche que, en lo personal, siempre me conmovió. Como cuando estando encarcelado, acusado de un delirante cargo de terrorismo, el lonko Pichún me solicitó ayuda para escribir una carta al Presidente Ricardo Lagos. Quería comunicarse con la máxima autoridad de los winkas, hablar con él de lonko a lonko, no para suplicar clemencia, más bien para explicar sus razones, la justeza de su bregar. Recuerdo que trabajamos en ella una tarde completa, tiempo en aquella vieja cárcel ambos teníamos y de sobra.
"Señor Presidente, sepa usted ahora de mi propia voz que nosotros los mapuche jamás hemos sido ni seremos terroristas. Sólo luchamos por lo justo, por nuestras tierras, por un futuro mejor para nuestro pueblo. Como lonko tengo el mandato de representar a mi gente, guiarlos en los buenos tiempos y también cuando las cosas se ponen difíciles […] Esta carta no es para lamentar nuestra suerte sino para exigir de su parte un mínimo de respeto y justicia. Cuando usted ni yo estemos en esta tierra, sepa usted que otros mapuche seguirán peleando por lo que nos pertenece y otros lonkos asumirán el lugar que yo y otros hermanos ocupamos hoy", le dijo Pichún.
Traiguén cambió el rumbo de mi vida. Les contaba que llegué allí siendo un joven e idealista estudiante de leyes. Allí, por así decirlo, el futuro abogado dio paso al periodista y escritor del presente. No solo porque mi encarcelamiento el año 1999 y mi posterior condena judicial me impidieron continuar esos estudios, también porque fue allí, en los patios de la cárcel de Traiguén, donde el lonko Pichún y el entonces portavoz de la CAM, Víctor Ancalaf, me aconsejaron ser fiel a mi propio espíritu. "Peñi, ¿Y por qué mejor no estudia periodismo? Hacen falta personas que escriban la verdad de lo que sucede y usted tiene talento para eso", me lanzó Ancalaf cierto día que charlábamos del tema.
Les juro que no quería. Lo mío, pensaba en aquel entonces, era quedarme allí y acompañarlos en su lucha desde el territorio, allí donde las papas queman. Fue Ancalaf quien aterrizó mi entusiasmo activista. "Peñi, usted tiene estudios, es escueleado, debe volver a la universidad y ser útil para su gente en el futuro. Allí está su lugar", me dijo. Eso hice. Volví a dar la PAA y al año siguiente fui de los primeros matriculados en la Escuela de Periodismo de la UFRO. Volver a Traiguén después de tantos años, charlar con estudiantes de liceos, con vecinos de la ciudad, todos entusiastas lectores de mis libros, me hizo pensar en cuánta razón tenían ambos dirigentes. Efectivamente, las letras eran mi lugar en este mundo.
"Allí, por así decirlo, el futuro abogado dio paso al periodista y escritor del presente(...). Fue allí, en los patios de aquella cárcel, donde el lonko Pichún y el entonces portavoz de la CAM, Víctor Ancalaf, me aconsejaron ser fiel a mi propio espíritu".