La irrupción de Internet se transformó en un punto de inflexión para el ser humano, especialmente en términos de comunicaciones y relaciones con su entorno. Los cambios han sido tan profundos como vertiginosos, ya que el mundo virtual se ha instalado paralelamente a la vida real y cotidiana, tal como la conocemos.

Después del impulso en el uso de la tecnología que dejó la pandemia, teléfonos inteligentes, tablets y computadoras se han vuelto esenciales para la vida de los niños, especialmente. De acuerdo con un informe de la empresa de seguridad informática Kaspersky, en Chile el 52% de los padres adquiere estos dispositivos con el objetivo de que puedan ser una herramienta de estudio para los menores. Sin embargo, esos dispositivos no siempre cumplen únicamente con los propósitos por los cuales fueron adquiridos, por lo que hay un crecimiento en la adopción de aplicaciones de control parental, para prevenir que los niños accedan a sitios inconvenientes. Por ello, algunos hacen uso de estas herramientas para controlar los videos que ven los niños, las páginas que visitan y los videos que consumen.

Hace unos días se dieron a conocer los resultados de un estudio internacional realizado por la Universidad de La Frontera (Ufro), el Instituto Nacional de Salud Pública de México y la Universidad de Washington en San Luis, de Estados Unidos que reveló que los niños menores de cinco años duplicaron el tiempo de exposición a las pantallas de televisión, celulares y tablets, durante la pandemia de covid. En forma paralela, la actividad física, principalmente en forma de juego, se redujo en un 20%, mientras que la calidad de sueño bajó en 15%.

El Consejo Nacional de Televisión realizó una encuesta que reveló que el 52% de los niños y niñas entre 6 y 12 años ven contenidos audiovisuales sin supervisión de un adulto y que la mayoría de los preescolares (52%) elige aquellos programas que consume. Los adultos deben entender que la infancia es un período crítico en que los contenidos audiovisuales influyen tanto de manera positiva como negativa en su identidad, en sus conductas presentes y en su vida adulta.

La gran batalla de estos tiempos es la del conocimiento. En tiempos egoístas y mezquinos resulta tentador dejarse llevar por la corriente, abandonarse en el verso fácil de mentes afiebradas. La lucha por el poder tiene algo que seduce: la promesa de tiempos mejores, el perfume dulce y adictivo de una nueva justicia para quienes han vivido "al lado del camino". Aunque en rigor se trata de un discurso revanchista, cual Robin Hood hurtando al rico para darle al pobre, ciertas tendencias calan tan profundo en la actividad de las masas, que les impiden desmenuzar los distintos fenómenos sociales con una pizca de rigor metodológico, anulando su capacidad de razonamiento.

Para que el conocimiento fluya y consolide mejores estándares de bienestar, es absolutamente necesario entender el pasado. No basta con conocerlo, porque pronto vendrán las redes sociales y la televisión a crear la ilusión de que el presente es solo el ahora. Los medios de comunicación no reflejan una realidad, la crean, y llevan a pensar que lo que ocurrió hace una semana es prehistórico. Podríamos decir que vivimos en una dictadura del presente, sometidos a la exigencia enfermiza de lo inmediato.

El pasado del que hay memoria y testigos no pasa nunca, es una dimensión del presente sin la cual es imposible entender la actualidad. Dicho de otra forma, la única forma de hacer algo útil con el futuro es tener el pasado siempre presente. En caso contrario, estamos condenados a cometer los mismos errores una y otra vez. Bajo el dominio del tiempo, debemos asumir que somos lo que hemos sido; somos nuestra herencia, la buena y la mala. El problema es decidir lo que se hace con la mala herencia: la violencia, guerras, dolor, desorden. O nos inventamos una más bonita, la romantizamos- esfuerzo insustancial y fantasioso-, o bien nos dedicamos a entenderla, única manera de llegar a gobernarla, de lograr su control.

Un buen político nunca dirá que algo "ya pasó". Eso es un engaño. En la visión contradictoria de la democracia, con verdades en permanente pugna, un auténtico líder sabrá equilibrar libertad e igualdad; es valiente, se atreve a decirle a la gente lo que no quiere escuchar, de traicionar a los suyos para llevar a cabo un acierto, pero para eso se requiere de un coraje que escasea en el universo de lo público, de cierto heroísmo altruista, o aún más, se necesita hacer las cuentas con el pasado y reducir los problemas a sus líneas esenciales, simplificar la vida de la gente para que cada uno pueda encontrar la porción de paraíso que le toca.

Gonzalo Garay,

abogado y escritor