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Hernán Rivera Letelier analizó su obra en Temuco: "comencé a escribir por hambre"

ENTREVISTA. La reciente visita a la capital regional del prolífico autor de los títulos más vendidos de Chile, dejó claro que su pluma no se detiene, a menos que el incipiente Parkinson que lo complica interrumpa su producción antes de tiempo.
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El más antiacadémico, "antiestableshiment" y antiacartonado de los escritores chilenos, Hernán Rivera Letelier, visitó recientemente la Universidad de La Frontera y sostuvo un encuentro con sus lectores en la sala Pablo Neruda de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Empresariales, la que se hizo estrecha para contener la cantidad de seguidores de este popular ex trabajador de las minas salitreras del norte.

Con una docena de distinciones, además del Premio Nacional de Literatura que obtuvo en 2022, a sus 73 años recuerda en cada ocasión sus inicios y las aventuras de su adolescencia que le aportaron las vivencias que ha trasladado a las páginas de sus 37 libros, la mayoría de ellos superventas.

Invitado por la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y Humanidades de la Ufro, Rivera llegó acompañado de un equipo que lo asiste por un incipiente Parkinson que está afectando sus movimientos. A su llegada fue recibido como un escritor "superstar" y lo que se suponía sería un conversatorio con el público se transformó en una amena charla del autor en que contó sus anecdóticos inicios en las letras.

gran fabulador

Rivera fue presentado por el decano de la Fesch, doctor Juan Manuel Fierro, quien lo calificó como "el gran fabulador, pues habla al estilo de sus novelas, como si estuviera escribiendo, porque de todo lo que dice no sabe uno si está en el ámbito de la ficción o de la realidad".

Descartando de plano el término "cuentero" que se le pudiera atribuir, Rivera Letelier inició su exposición admitiendo ser "un tipo que desde la nada apareció en el firmamento de la literatura".

Publicó "La Reina Isabel…" en 1994 y continuó trabajando un año más en las minas. En 1995 viajó a Santiago y entró a un par de librerías en busca de un título de Cabrera Infante, cuando notó que era seguido por la mirada de los dependientes. "¿Pensarán estos… que voy robar un libro? pensé, cuando al reconocerme se acercaron junto a un grupo de clientes solicitándome autógrafos. Yo no tenía idea qué pasaba con mi libro en Santiago y en el país, porque como me encontraba trabajando allá en la pampa no sabía nada".

"Luego, de la librería Altamira me fui a la Andrés Bello. Entré y pasó lo mismo, me reconocieron los vendedores, el público se me acercó. Eran mis primeros autógrafos. Tampoco estaba el libro que buscaba y me fui a la Feria Chilena del Libro, la más grande del Paseo Huérfanos, y encontré mi foto junto al libro más vendido de ese año. Se me acercó un vendedor chico, de pelo tieso que me miró y me dijo ¡Ya sé! usted busca libros de mecánica… Esa fue la primera vacuna contra los humos a la cabeza".

Víctor Heredia

Continúa recordando Rivera que en este periplo por el país difundiendo sus obras, llegó hasta Punta Arenas en donde fue invitado a un café elegantísimo. "Me acompañaban dos funcionarios de la Municipalidad y una de las mesas estaba ocupada por cinco mujeres solas, todas bellas, que miraban hacia donde estaba yo, hasta que una se acerca con una servilleta y un lápiz y me pide un autógrafo. Tengo todos sus discos, me dice… ¿Y quién soy yo? le pregunto. Víctor Heredia, por supuesto. Si lo reconocí enseguida".

En otro punto de su conversación, Rivera se identifica como "un práctico y no un teórico. Yo empecé desde la nada. Termino de escribir una novela y cuando me preguntan cómo lo hice, respondo: no tengo la más ramera idea. Por intuición sé cómo se inicia un capítulo y por intuición dónde se termina. Un libro se escribe con la cabeza, con el corazón, con el estómago y con los cojones. Así fue como me propuse escribir un libro que no pase sin pena ni gloria".

primer poema

"Empecé como poeta. La primera vez que escribí un poema viajaba a dedo con un amigo y con una mochila en la espalda. Anduve cuatro años con una mochila en la espalda hasta un día 11 de septiembre de 1973, cuando ya no se pudo andar más".

"Llegué una vez a Arica con un compañero de ruta, dormíamos en la playa escuchando música en una radio a pilas robada. Estábamos en eso cuando el locutor anuncia que los lectores podían enviar sus poemas y el sábado se premiaría a los tres mejores. El primer premio era una cena para dos personas en el hotel El Morro. Nunca había escrito un poema y yo intuí que podía escribir uno. Hacía una semana que no comíamos nada. A la idea de una cena bajaron las musas del Olimpo y saqué un cuaderno y escribí un romántico poema de amor de cuatro páginas, sin corregir una sola palabra. Me salió de un zuácate. Al día siguiente lo entregamos en la radio. Yo te voy a invitar a cenar al hotel, acuérdate, le aseguré a mi amigo…."

(Tras una serie de titubeos, Rivera interrumpe su charla y se excusa: "Me van a perdonar el hablamiento, pero el Parkinson me tiene medio complicado…").

Luego de una pausa continúa relatando que la noche del viernes esperaron impacientes los resultados del concurso, que fueron dados a conocer por la voz engolada del locutor. "Leyó el tercer y segundo lugar y no pasaba nada. Mi socio me miró muy compungido. Hombre de poca fe, le dije, porque tenía la convicción absoluta de que yo ganaba, la misma que tuve 25 años después cuando en Pedro de Valdivia escribí La reina Isabel Cantaba Rancheras… y gané. Así, yo empecé a escribir por hambre…".