Como en todo ámbito de la vida, existen parlamentarios que hacen bien su trabajo y otros que no aportan, pese a llevar décadas en el Congreso. Unos con vocación de servicio público y otros para su propio servicio. Muchos de ellos, grandes responsables de la falta de confianza de la ciudadanía y de los males que aquejan a nuestra democracia.
Estos actúan aún como señores feudales, ejerciendo en su territorio el poder absoluto sobre sus vasallos, los cuales estaban obligados a pagar tributos y apoyarlos políticamente.
Quienes hemos estado en política sabemos la injerencia de los congresistas en las regiones. Son los que designan autoridades en servicios que den réditos electorales. Pueden hacer caer a un intendente, dependiendo "si le sirve o no", sin importar si esta autoridad está enfocada en el desarrollo de su región. Son los que condicionaron a los consejeros regionales para que no les hicieran sombra. Son los que logran poner más recursos en comunas de su electorado y los que al interior de sus partidos silencian liderazgos emergentes.
Son estos mismos los que votaron recientemente la irretroactividad, incumbentes por cierto en la decisión. Muchos de ellos elegidos en un oscuro sistema binominal y cuyas campañas fueron financiadas irregularmente. Ellos mismos son los que con su voto se perpetúan en el poder, olvidándose que, en toda democracia sana, la alternancia juega un rol fundamental.
Tampoco hay que confiarse de aquellos que votaron a favor de la retroactividad. Muchos de ellos lo hicieron con la calculadora en mano, ya que de aprobarse les servía para escalar otro peldaño en "su" carrera y sacar por secretaria al senador. Era "una oferta imposible de resistir" para varios diputados.
Lo que debe cambiar es la relación entre el electorado y los parlamentarios, y aquí radica el mayor pecado de la clase política en general. Se formó a un electorado que privilegia el perfil de parlamentario clientelar. A éste se le mide si llega con el juego de camisetas al club deportivo, o lleva torta a la reunión, o si es un buen articulador de los dineros del Gobierno (de turno); dinero que por cierto no es de su propiedad, sino que de todos los chilenos.
Lo anterior no es culpa de la ciudadanía, es más bien una estrategia creada para que el electorado no haga juicios críticos. Los partidos -independiente de su ideología- dejamos de educar al pueblo cívicamente hablando.
Por ende, se hace necesaria una transformación de nuestro Estado, partiendo por uno de sus poderes, el Legislativo. Que este nuevo Congreso, a mi juicio unicameral, permita incorporar las diversas estructuras que cruzan la sociedad y que hoy no se encuentran representadas.
Por lo anterior, y por muchas cosas más, el proceso constituyente en el cual ya estamos embarcados es fundamental y se torna urgente. Debiese ser un punto de partida para ir recuperando la confianza, para que se tomen las mejores decisiones, teniendo más claridad aún que los actuales parlamentarios solo deben mirar la construcción de una nueva Constitución a varias cuadras de distancia.
Joaquín Bascuñán Muñoz,
presidente regional Araucanía