Día de San Juan: cuando murió Carlos Gardel y nació Jorge Teillier
El 24 de junio es un día clásico de la brujería y de las pruebas mágicas; en Chile noche propicia para quienes siguen fieles a las viejas supersticiones. Pero conocemos a muchos al otro lado de la cordillera, en Buenos Aires, Argentina, que trasnocharon, no para esperar que florezca la higuera que en Chile pueda hacer millonarios a los trasnochadores, sino en ambos países para cumplir un fiel ritual: escuchar la voz viril y bien afinada acompañada de guitarras u orquesta de 1930, de un cantante de tangos inolvidables: Carlos Gardel; y felicitar como un nuevo advenimiento el nacimiento de un poeta viajero de trenes nocturnos y acuñador de monedas en los charcos de su infancia.
Porque el 24 de junio se cumplió un aniversario más de la trágica muerte en Medellín, Colombia, de Carlos Gardel. Y porque la mejor manera de recordarlo es oírlo de nuevo. Y ojalá -para estar a tono con su época- escucharlo en una vieja vitrola cuya cuerda está a punto de cortarse y colocar, no un long-play, sino un rayado disco 78.
Ese mismo día, 24 de junio de 1935, día de San Juan y de cambio de año para el mundo mapuche de Lautaro, en Chile, nacía el poeta Jorge Teillier. En esa Araucanía arribó cargado de letras a la historia de Chile este poeta que nació en La Frontera. Era hijo de inmigrantes franceses, igual que Gardel, pero en segunda vida, Gardel de herencia y vida completa; ambos echaron de inmediato raíces en esta generosa tierra americana.
Allá en Colombia murió cayendo del cielo Carlos Gardel, y en Chile el mismo día ocurrió un milagro: llegaron a Lautaro poetas de toda América, del Oriente, de Alemania, Rusia y Francia, que escribieron en las hojas de un aromo los presagios de la vida del niño que nacía; también el silencio de su infancia; su timidez de frágil infante y, luego de sediento forastero.
En Buenos Aires era todo llanto, hombres y mujeres comprendieron que el que moría sería el cantor que, cantando cada día mejor, se convertiría en su santo y seña, de nacionalidad y amor en la nueva tierra que les daba albergue.
En Chile, el poeta tendría por nombre Jorge, también de labrador de letras melodiosas al viento entre eternas araucarias. Pero sería a la vez un árbol derribado; tierras asoladas; ángeles caídos de perdidos paraísos de hombres extraviados desde la misma infancia con una sed de siglos.
Así como el cantor de tango vivió en ciudades cercanas al océano Atlántico, el poeta chileno lo haría cerca del océano Pacífico, ambos como sabios con memoria de antiguas culturas, persistiendo en la búsqueda de la verdad y la belleza: uno con voz de tenor de hombres desplazados a una nueva tierra, y el otro, como poeta de lares mitológicos y defensor de antiguos mitos.
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"Para todos mis amigos compañeros de vida, este pequeño homenaje a quienes perduran en nuestro lenguaje de tangos de lágrimas sonoras y de poemas defensores de mitos y guardianes, desde Lautaro de La Araucanía verde y silenciosa".
Jorge Aravena Llanca,, Berlín, Alemania