Las estafas telefónicas y los llamados con el "cuento del tío", se han hecho cada vez más frecuentes y afectan sin distinción a todo tipo de personas. Algunas familias de nuestra Región aseguran haber recibido llamados donde les indican que tienen secuestrado a uno de los hijos y exigen un rescate, que algún integrante del grupo ha sufrido un accidente y hay que pagar una fianza, o que el dueño de casa envió a alguien a retirar artículos de valor.

En los últimos días, a raíz de la aprobación de la reforma que permitirá a los cotizantes de las AFP retirar el 10% de lo ahorrado en los fondos previsionales, se han conocido intentos de estafas en que personas llaman supuestamente a nombre de la AFP, y se pide a los trabajadores que entreguen sus claves para que se les haga el depósito correspondiente al retiro.

La delincuencia es cada vez más sofisticada y utiliza metodologías osadas que ya no sorprenden. Las bandas operan incluso desde las cárceles y pese a que el reglamento penitenciario lo prohíbe, los celulares son de uso frecuente, porque son llevados desarmados por los familiares, hasta que los reclusos rearman las piezas. Es un claro reflejo de que la organización delictual no se extingue con la reclusión de sus integrantes y que, por el contrario, recurren a la tecnología para seguir delinquiendo desde el interior, con la seguridad de que esto no aumentará su castigo sino que tendrán solo una sanción administrativa.

Las instituciones policiales han advertido a las personas que no deben creer inmediatamente en este tipo de llamados, a tener otro teléfono para verificar dónde se encuentra el familiar y verificar si está bien, a no entregar ninguna información del domicilio, nombres, ni decir con quién están. Los delincuentes se nutren de datos que obtienen en la guía telefónica o de Internet, sobre todo de redes sociales, pero también de la misma información que van entregando sus víctimas.

Por eso, es necesario que estos temas sean conversados en la familia, para establecer un protocolo de prevención, advirtiendo especialmente a los niños, que suelen ser los que proveen más información en el caso de esos llamados.

Desde marzo, sonaron las campanas del covid-19 en Chile y dejaron de sonar presencialmente en miles de establecimientos educacionales.

No obstante lo anterior, las clases debían continuar, es así como la virtualidad de emergencia se hizo una realidad. La premura exigió al máximo la adaptación de docentes y estudiantes en todos los niveles de educación.

Miles de profesores debieron acomodar el living de su casas en salas de clases improvisadas, la pizarra pasó a ser el notebook, su lenguaje las plataformas virtuales y, de la noche a la mañana, palabras como Zoom, Teams, Meet, Moodle o Blackboard, pasaron a ser cotidianas, los email y sus redes sociales se pusieron al servicio de la educación formal, atendiendo sin horario los requerimientos de los estudiantes… en fin, transformaron sus vidas dentro del seno más íntimo de la sociedad como es la familia y el hogar.

Pero, ¿qué incentiva a los profesores a realizar tamaño esfuerzo? Sin duda que la vocación. Todos sabemos que la profesión docente en Chile no es precisamente un trabajo lucrativo, pero, sin duda, los promueve un sentimiento altruista, parecido al que tienen los profesionales de la salud cuando ven a un paciente sufrir, simplemente no se puede dejar a miles de educandos sin formación, porque la ignorancia es tan cruel como la peor de las enfermedades, y es una pandemia tanto o más grave que el covid.

Por lo anterior, aplausos a los colegas, especialmente los de primera línea que, dejando todo, sin interés más que enseñar, han enfrentado esta etapa con valentía, ética y vocación, permitiendo que el sueño de muchas familias de ver a sus hijos educados no desfallezca por la actual situación.

Samuel Moreno Castillo,

profesor de Estado