Un voyeur en la cuna del neoliberalismo
El escritor chileno Antonio Díaz Oliva se mudó a Chicago hace tres meses. Y aunque vive desde 2012 en Estados Unidos, a su libro de cuentos «La experiencia deformativa» le sobra chilenidad.
El libro «La experiencia deformativa» está dedicado a Rebecca y a Agnes Grey. Rebecca es la pareja de Antonio Díaz Oliva y Agnes Grey es una perra de caza abandonada en un basural en las afueras de Nashville. Los tres se mudaron hace poco a vivir a Chicago, la cuna del neoliberalismo; una ciudad que puede ser entendida como una suerte de pasadizo secreto al Chile neoliberal. Ese territorio sigue anclado a su pasado industrial y a la inmigración polaca, mexicana y judía. Como fuere, vaya donde vaya, y aún cuando lleva viviendo en Estados Unidos doce años, Chile sigue apareciendo en el cotidiano de Díaz Oliva, también, en su escritura.
Ahora mismo está sumido en varios proyectos que lo mantienen unido a Chile: acaba de terminar la nueva edición de «Piedra Roja», un libro sobre el Woodstock chileno y la contracultura patria. Se publicará el próximo año y en esta versión aparecen desde Ariel Dorfman a Sebastián Piñera. Además, está cerca de finalizar una novela sobre un profesor chileno que miente (dice que es hijo de detenidos desaparecidos) para asegurar un puesto académico en una universidad gringa. Y, a propósito de Chicago, tiene prácticamente listo un cuento para una antología. La trama versa sobre un chileno que viaja en el tiempo para cambiar el curso del país.
Su última entrega, el volumen de cuentos «La experiencia deformativa», reúne cuatro cuentos con personajes que están en los bordes o sumergidos en proyectos excéntricos: una anciana que graba con su celular la vida de los otros; una pareja de abajistas que busca un tesoro perdido; una artista dedicada a la miniatura de gente muerta y una sociedad distópica habitada por maniquíes y seres vivientes. El paisaje por el que se mueven esos personajes y, varias de las referencias, vuelven a conectar a Díaz Oliva con Chile.
"Este libro es chileno. Es más chileno que el anterior porque ya van a ser diez años que no vivo en Chile. El primer cuento sucede en el Parque Forestal. El segundo podría ser el norte de Chile. El tercero, si bien sucede en el extranjero, en una ciudad sin nombre, tiene a una protagonista muy chilena y, además, tomé prestada la figura de un escritor chileno. Y el tercero es sobre una ciudad que podría ser una ciudad chilena cualquiera, en un futuro distópico. Este último, además, lo terminé cuando estaba en Chile, el año pasado, para el estallido.
-¿Qué ocurre con Estados Unidos?, ¿cómo entra en tu narrativa?
-En cuanto al imaginario gringo, bueno, hay varios Estados Unidos. Este no es un país. Esta tierra son varios países corcheteados.
-¿Cuáles son los vasos comunicantes que existen entre tu libro anterior "La experiencia formativa" y "La experiencia deformativa"?
-El humor une ambos libros. Creo que son cuentos, o novelas atomizadas, con mucho sentido del humor. Al menos cuando los escribí me reí como demente. Incluso en los momentos más terribles de estas vidas deformadas hay sentido del humor, del absurdo, entendido a la chilena. O sea, algo ridículo y espantoso, pero (con) vino y empanadas. Hay otros elementos que se repiten en los ocho cuentos. Algunos los repetí a propósito, como los conejos o la figura de una comunidad que se vuelve secta.
-¿La escritura de este libro de cuentos nació junto con "La experiencia formativa" o vino mucho después? ¿qué lo gatilló?
-Nacieron a la par. Algunos cuentos los escribí hace ocho años, pero los retomé el 2018, que fue cuando le dije de broma a mi editora que podríamos sacar una continuación de "La experiencia formativa" que se llamara "La experiencia deformativa". Mi editora me dijo que sí. Luego de eso tomé varias agendas y comencé a mezclar y re-mezclar. Fueron dos años de trabajo en tandas de dos o treses meses. Creo que es un libro estéticamente coherente consigo mismo. Y su proceso confirma mi idea de que la creatividad viene de momentos aparentemente no-creativos, como en este caso, la broma a mi editora. La mejor literatura es la que no parece literatura.
-En el primer cuento del volumen, "A pocas cuadras del Forestal, la señora Goncalves graba vidas ajenas", se describe a la señora Goncalves registrando con su teléfono la vida de los otros, lo que termina convertido en obra de arte al ser expuesto en una galería. ¿Hay alguna correspondencia entre el "arte" de la señora Goncalves y la manera cómo entiendes la escritura?
-Totalmente. De hecho, las secciones en que se narra lo que los vecinos hacen provienen de anotaciones que tomé de lo que mis vecinos hacían en el Parque Forestal. Viví tres años en un departamento en la calle Rosal. En esa época no había Instagram. Entonces, me dedicaba a espiar a mis vecinos de enfrente. Un día vi, por ejemplo, a un conserje de cotona azul entrar a un depto y alimentar a un gato. Y luego jugar con el gato. Y por último tomar el gato y mecerlo como si fuera guagua. Y entonces… ¡se puso a llorar! Corrí a tomar nota y esos apuntes los usé para el libro. Lo que hace la señora Gonçalves es justamente eso: convertir el voyerismo en arte. Y escribir es espiar vidas ajenas. Ser escritor es una forma aceptada de voyerismo. Un escritor o escritora se excita si escucha una buena historia.
-La mayoría de tus personajes está en los bordes, ¿de dónde te nutres para dar vida a estos seres?
-Creo que estar vivo es siempre estar en el borde de algo. Eso provoca ansiedades. Algunos responden a estas formando una familia o una banda de rock. Otros comienzan proyectos excéntricos. Como los personajes de estos cuentos.
-El cuento "Un mundo de cosas violentas y rígidos encuentros entre maniquíes y seres vivientes", ¿es una visión de futuro que compartes?
-Un poco. Creo que estamos entrando en una etapa post-humana. O una etapa en que se expande el concepto de lo que es humano y lo que no. Creo que en el futuro, debido al calentamiento global, algunas personas van a preferir vivir en Internet. Será un nuevo tipo de inmigración. Es una visión oscura y por eso mismo, en mi vida privada, me pregunto sobre qué hacer al respecto.
-Imagino que la realidad literaria en Estados Unidos es muy diferente a la de Chile.
-Al vivir fuera de la tradición uno se libera de ciertas cosas. Antes yo quería ser un escritor solemne, serio y comprometido. En resumen, un escritor chileno. Ya no. Hoy el único compromiso que tengo es con mi pareja y mi perra Agnes Grey, a quien tengo que pasear tres veces al día y quien, por lo demás, aparece en la foto de autor de este libro.
¿Cómo se ve Chile desde allá?
-Se ve como un país más de ese rompecabezas que es América Latina. Chile es la pieza más larga. Esa que a veces no encontramos cuando estamos a punto de terminar el rompecabezas.
Díaz oliva lleva una década radicado fuera del país.
Por Marcelo Simonetti